Wallmapu: entre araucarias, lagos y montañas.

El 4 de enero, salimos de Chillán con dirección a Los Ángeles, a unos 110 kilómetros de distancia. A pesar de tener lluvia en los primeros kilómetros continuamos el recorrido por la Panamericana o ruta 5 (en Chile), que como otras veces fue tedioso pero efectivo, los que han pedaleado a lo largo de la ruta 5 saben a lo que me refiero.

Planificamos acampar a mitad de camino, donde hay varias plantaciones forestales. Escogimos la de aquella noche porque contaba con acceso peatonal sin cerrar, que para nosotros quiere decir que cualquier puede entrar. Al día siguiente aprovechamos de llegar temprano a Los Ángeles a casa de Margarita y Luis, padres de una mis mejores amigas. Usamos también la oportunidad de visitar a una amiga, Fernanda, y ponerme al día con su vida.

Después de 2 noches en la ciudad, seguimos con el plan de viaje, que consistía en cruzar a la región de la Araucanía por medio de la cordillera, trazando una ruta inhabitual, incluyendo unos kilómetros sin camino para vehículos motorizados pero si con un sendero comúnmente usado por arrieros, entre Lepoy y cerca de Troyo. Esta desunión vial entre dos regiones es muy común en nuestro país y muchos cicloviajeros decirse quedarse con el status quo de la Ruta 5.

Al segundo día de nuestra partida comienzo a sentir un ruido extraño al frenar. A simple vista parecía no existir un problema, por lo que continuamos hacia el Este, bordeando el rio Biobio.

Vista del rio Biobío, parcialmente estancado por el embalse Angostura.

El 8 de enero pasamos por el pueblo de Ralco, luego la central Pangue hasta dejar el asfalto; el ripio nos acompañara por un par de días. Esa tarde hicimos unos 20 kilómetros entre polvo, calaminas, calor y mucho tráfico (incluido buses), que nos sorprendió dado el precario estado de la ruta. Al atardecer buscamos un lugar para acampar tranquilo, que nos tomó más de una hora encontrar. Instalados, Sylvain revisa mi bicicleta y encuentra una falla que cambia completamente nuestro plan de continuar: la llanta se trizo, haciendo muy peligroso frenar (mi bicicleta cuenta con sistema V-brake) ya que los kilómetros venideros poseen pendientes muy pronunciadas, también en ripio.

Central Hidroeléctrica Pangue

Rio Biobío.

Yendo a Ralco hay varias vistas que resaltan.

Asi como otras del camino que se nos viene.

De regreso a Los Angeles.

No todo el camino al oeste es en bajada, pero al menos la vista se maravilla.

Con la decisión tomada, volvemos a Los Ángeles, con la mente fija en encontrar una llanta para mi tipo de maza. Afortunadamente, nuestros amigos nos reciben nuevamente sin problemas y volvemos a pedalear el 11 de enero, esta vez con otro plan, un poco más convencional, pero aun con la meta de cruzar hacia Argentina.

El comienzo del fin…

Avanzamos desde Los Ángeles a Victoria por la Panamericana (Ruta 5) con dirección al este por la ruta 181Ch, pedaleando por Curacautín, Manzanar y Malalcahuello. Destaco que entre estas últimas dos localidades hay una ciclovía, que reemplaza lo que fue la vía férrea.

Parte de la ciclovia Manzanar-Malalcahuello.

Desde la ciclovia se puede observar la punta del volcán Lonquimay.

El camino desde Victoria hasta Manzanar presenta varias curvas, pero el real problema surge al llegar al Túnel Las raíces, de 4 kilómetros y medio de largo y con tráfico controlado por un semáforo, ya que cuenta con sólo una calzada. Como muchos túneles, la tracción humana está prohibida, entonces debemos recurrir a que un alma caritativa cuente con suficiente espacio en su vehículo para transportarnos. Hacemos “dedo” por uno par de minutos y un hombre con un pequeño camión se detiene, con suficiente espacio para no tener que sacar toda la carga de nuestra bici ¡nuestras plegarias son respondidas! Recorrer un túnel con el pelo al viento a más de 60 km/h fue algo que no vivíamos hace casi 3 años, desde que nos transportaron (también en un camión) por el túnel del Cristo Redentor en la V Región camino a Argentina.

Nos despedimos muy agradecidos de nuestro transportador para seguir 10 kilómetros pedaleando hasta la intersección con la ruta 955, donde empieza el ripio que nos lleva a la comunidad Quinquen, laguna Galletué e Icalma. Dos días de circular entre bellas araucarias y llanuras bordeando ríos y lagos hasta el Paso Icalma (1298 m.s.n.m.), donde entramos a la ruta 13 de Argentina el 15 de enero, para doblar hacia Moquehue siguiendo la Ruta 11, inmersa en el circuito Pehuenia. Todo este trayecto, hasta la ruta 23, es de ripio con diferentes grados de ondulación, así como de tráfico, que es de esperar dada la temporada en que nos encontramos.

En la ruta 181, al este del túnel Las Raíces. Sierra Nevada al fondo.

A unos kilómetros camino a la comunidad Quinquen las araucarias hacen su aparición.

¿Cuantos años tendrá este alto ejemplar?

Al entrar a zonas aledañas de los lagos Icalma y Galletué el cerco está bien presente.

Lago Galletué, uno de los cuerpos de agua que engendra el rio Biobío.

El 15 de enero cruzamos la frontera a Argentina. Este letrero no es mi primera vez que lo vemos.

Las araucarias al otro lado de la cordillera.

Gracias a la cercanía de diferentes cuerpos de agua, hay varios puntos para refrescarse. En el rio Pulmari nos bañamos y lavamos nuestras ropas antes de encontrar el lugar perfecto para pernoctar.  

La ruta 11, que bordea los lagos Moquehue y Ñorquinco (por mencionar los más grandes) es de ripio. Sin embargo en algunos tramos se encuentra en muy buen estado.

El 17 de enero llegamos a la ruta 23 (asfaltada) que, en dirección hacia el Sur, nos destina a Aluminé, pueblo con casi 5000 habitantes, donde nos detenemos por un par de horas con la misión de cambiar plata. Lamentablemente nuestra búsqueda es infructuosa y recurrimos a la única opción, adquirir pesos argentinos con el dueño de una tienda. Lección aprendida: próxima vez hay que conseguir plata con antelación.

Las cosas han cambiado mucho en Argentina, y la visita al supermercado nos impresiona al ver los precios de ciertos productos, que en el 2015 nos parecían más baratos comparados a Chile. Quizás esto puede ser por la ubicación (zona turística) o la temporada en que nos encontramos, o por la inflación que ha vivido Argentina últimamente, pero definitivamente nos parece casi todo más caro.

A unos 18 kilómetros al sur de Aluminé el asfalto se termina, exactamente cuando el camino cruza al lado este del rio con el mismo nombre. El trayecto se nos hace un poco más liviano por el hecho de que vamos en descenso, pero la ruta tiene tráfico de camiones y varias veces tuvimos que detenernos para no desaparecer entre todo el polvo.

A lo largo del camino que va bordeando el rio, el cerco es sistemático, excepto en los accesos para pescar (donde no se permite acampar) indicados con un letrero y numero. Esto es muy agotador, porque incluso no se puede adentrar a los arbolitos para hacer pipí. Felizmente, al final de la jornada y muy cansados, encontramos un lugar donde no hay cerco, pero con suficiente vegetación para camuflarnos del camino.

Camino (ruta 23) que bordea el rio Aluminé.

Las calaminas de la ruta 23, que bordea el rio Aluminé, son más fáciles de llevar cuando no hay vehículos pasando. Pero el polvo que se levanta más adelante nos muestra que pronto tendremos compañía.

La constante presencia del cerco no solo termina cuando dejamos de lado el rio Aluminé, muy cerca de un pueblito llamado Pilolil, es casi permanente hasta el Suroeste de San Martin de Los Andes. Estas estructuras divisorias son inútiles muchas veces, porque a lo largo del camino vemos caballos galopando, vacas pastando y algunas cabras.

El volcán Lanin nevado.

El 18 de enero llegamos a Junín de los Andes, con el anhelo de encontrar un camping con electricidad y Wi-fi, solo porque estos dos lujos no podemos encontrarlos en la naturaleza. Las opciones en esta ciudad se reducen a dos: el camping municipal, que no cuenta con internet, y otro lugar que si tiene, pero con un costo un poco mayor. Al final nos decidimos por el segundo, aunque el Wi-fi no funciona como esperábamos.

El 19 de enero continuamos camino por la ruta 40 hasta San Martin de los Andes. En este trecho comienza un cambio de paisaje, dejamos atrás la estepa e iniciamos el viaje por el bosque patagónico y con tantos lagos que se me hace difícil poder identificar uno del otro. La fertilidad del bosque se ve acompañada en cientos de vertientes por el camino hasta empalme a Villa La Angostura. Muchas de estas tiene agua potable (tomamos agua de varias).

Por estos lados es fácil tener un acceso a agua y, en muchos casos, esta es potable (lo comprobamos así porque no tuvimos que correr al baño)

En la cima de la cuesta aledaña al lago Lácar, Argentina.

Nos cruzamos varias veces con cicloviajeros que, en su mayoría, viajaban en grupos, con poca carga y de nacionalidad argentina. Al pasar por estos lados, entendimos el atractivo de la zona, a pesar de que la berma no acompaña siempre.

Al terminar la cuesta que asciende al sur del Lago Lacar y después de pasar el arroyo partido encontramos un lugar para acampar de esos que invitan a quedarse más de lo esperado, y con mayor razón, ya que al día siguiente pronosticaron una tormenta eléctrica. El lugar está al interior de un bosque donde corre uno de los brazos del arroyo ya mencionado, perfecto para un baño refrescante. Descansamos dos noches allí.

El 21 de enero continuamos por la ruta 40 bordeando lagos y bosques hasta el empalme que divide el camino. Elegimos el camino hacia el Chile, ruta 231, por al paso Cardenal Samoré. Esa tarde decidimos acampar muy cerca de la aduana (a 1,5 km), ya que la app iOverlander indica que hay espacio para pernoctar en la Laguna Pire. Como no estábamos seguros si se podía acampar, ya que está dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi, nos mantuvimos fuera de vista del camino, en caso que apareciera un guardaparques. De todas formas, al atardecer, aprovechamos de darnos un baño en las aguas poco profundas y tibias de esta laguna.

Algunas partes de la ruta 40 tienen berma.

Al día siguiente hicimos el protocolo para salir de Argentina. Nada de revisión de carga, solo control de inmigración. Comenzamos a subir al Paso Cardenal Samoré (1300 m.s.n.m.), la distancia del ascenso son 16 kilómetros, con unas partes más inclinadas, pero donde la sensatez de vialidad domina la distancia. Llegamos a territorio chileno el 22 de enero (a una semana de la salida) . 

Subiendo al Paso Cardenal Samoré. Luego de una semana en Argentina decidimos volver: el motivo fue principalmente el mayor costo, comparado a Chile, con los alimentos. Al fondo, Cerro Pantojo.


Rendez-vous au Chili: de Calama a Chillán.

Esta parte del trayecto fue un tanto novedosa, pero predecible en otras partes. Desde Calama hasta Coquimbo pedaleamos por paisajes nuevos, al menos para mi, ya que Sylvain había pasado por algunas rutas por el 2012.  Pero de Coquimbo a la capital nacional tomamos un bus, es decir, no mucho que contar. Tomamos esta decisión luego de contraponer el dinero invertido en el mismo viaje versus al precio de los pasajes y la alta posibilidad de que, al pedalear por una zona muy poblada como esta, no encontraríamos fácilmente lugares para acampar. Ademas de encontrarnos en una fecha muy próxima al invierno del Cono Sur, que significaría pasar varios días circulando bajo lluvia, suceso que si nos ocurrió al sur de Santiago. Por esto mismo, no me explayare demasiado con el escrito, sino que describiré algunas partes por medio de las siguientes fotos:

Tramo destacado en naranjo (con bicicleta) y verde (con vehículo motorizado) desde Ollagüe hasta Chillán. Para más detalle del mapa, haz clic aquí.

Por la ruta 25, desde Calama hasta cerca de Antofagasta, hay varias ruinas de oficinas salitreras, las que funcionan muy bien como refugio nocturno.

En general las rutas asfaltadas del norte, como la ruta B-710 (acceso al Observatorio Paranal) en la foto, poseen berma. Nosotros tratamos de pedalear lo menos posible por la ruta 5 para evitar el tráfico y tener más acceso al clima menos extremo de la costa.

Entre Paposo y Antofagasta se nos presento un grave problema: una llanta trizada (en la foto se nota clarito arriba de la «NE»). La solución para esto es un reemplazo de esta parte por una en buen estado. A pesar de enfrentarnos a una cuesta muy inclinada que desciende a Paposo, nos decidimos a seguir hasta Taltal para comprar lo que pudiésemos encontrar, contrapesando el riesgo de que Sylvain no pueda frenar en la bajada. Afortunadamente antes de la cuesta, un hombre que transporta trabajadores mineros nos ofrece llevarnos al pueblo, ya que tenia espacio suficiente en su van.

A unos kilómetros al sur de Taltal, y luego de comprar una llanta de segunda mano, encontramos un lugar perfecto para que Sylvain trabajase armando su nueva rueda delantera.

Protegido del Sol, al costado de nuestra carpa, Sylvain logra terminal la rueda con éxito esa misma tarde, como el prolijo mecánico que es.

Pedalear por la costa del Norte Chico y Grande consta de subidas y bajadas constantes pero no extensas como en otras partes del mundo.

Al sur de Taltal se encuentra el Parque Nacional Pan de Azúcar que posee unos bosques de cactáceas, constituidas por especies del género Copiapoa

Detalle de una de las Copiapoa.

En Caldera, Región de Atacama, nos dirigimos al sur por la ruta C-302. Las nubes nos acompañan por varios días pero no las precipitaciones.

Los caminos que trazamos desde Caldera hasta Huasco están compuestos de tierra compactada, muy confortable de circular en ellos, a diferencia del ripio.

La humedad del ambiente ayuda a que las plantas comiencen a desarrollarse hasta llegar al esplendor del desierto florido del 2017.

Entre el verdor podemos divisar algunas bandurrias que aprovechan de comer del suelo húmedo en el Parque Nacional Llanos de Challe. 

La vista del rio Huasco nos indica la entrada a áreas más agrícolas, como de donde viene el producto estrella de esta zona: la aceituna.

El norte de Chile posee cualidades excepcionales para la observación astronómico. Una de las instalaciones dedicadas a ello se encuentra muy cerca de La Serena: en la foto observatorio La Silla.

La ventaja de usar la ruta 5 norte, entre Vallenar y el limite con la IV región, es la posibilidad de observar la cordillera de los Andes.

Parte de la cuesta Buenos Aires, la cual se extiende desde el km. 513 al 523 de la Ruta 5 norte.

El día anterior de llegar a Coquimbo acampamos a unos kilómetros al sur de Los Hornos, en un tramo donde hay algo de arbustos.

Un -spoiler del desierto florido 2017.

En Coquimbo, tuvimos la fortuna de ser hospedados por Bárbara, una antigua amiga de Concepción.

Después de varias aburridas horas de viaje en bus, llegamos a Santiago, específicamente a la casa de mi hermana, Sofía, quien nos recibió cariñosamente con un clásica once chilena.

Lamentablemente, no tomamos muchas fotos desde Santiago a Chillán, porque tomamos la ruta 5 Sur, que es bastante aburrida. Pero si destaco la hospitalidad de Warmshowers en Rancagua (Miguel, Javiera y su familia) y Curicó (Maria Paz y Miguel). En tanto, en Talca, fuimos recibidos por mi buen amigo de la universidad, Matías. 

 


Altiplano: De La Paz a Calama.

Después de 9 días en La Paz nos retiramos rumbo a Oruro el 3 de mayo. Para evitar postergar nuestra salida, en vez de tomar la autopista que une El Alto con La Paz, escogimos la forma más floja: la línea amarilla del teleférico paceño. Además de ahorrarnos tiempo (el recorrido duro unos 5 minutos hasta la cumbre), no tuvimos que sacar la carga de la bicicleta y el precio es conveniente: el pasaje es de 3 bolivianos por persona -unos 300 pesos chilenos- más el mismo valor por la bicicleta. Destaco que hay algunos inconvenientes, como la falta de rampas en las estaciones (no pudimos entrar en los ascensores para gente en silla de ruedas, pero algunos empleados nos ayudaron mucho con el peso en las escaleras) y que el movimiento de entrada y salida de la cabina debe ser expedito para que no te arrastre con bici y todo hacia otra dirección. Sin embargo, el ahorro de tiempo es significativo y tuvimos una espectacular vista de la ciudad y la cordillera real.

Con otros cicloviajeros en Casa de Ciclista de La Paz, Bolivia. La foto es cortesía de Marie, ciclista francesa que aparece al extremo derecho.

Brigada Ramona Parra presente en La Paz, Bolivia.

Usando nuestro paso por La Paz, visitamos a Marc, amigo belga de Sylvain. Ambos se conocieron en la Casa de ciclistas paceña en el 2012, pero Marc se radico en la ciudad ya que conoció ese mismo año a la que se convertiría en su esposa.

La bicicleta de Sylvain dentro de la cabina del teleférico paceño.

Ya en El Alto, la distancia a Oruro, capital del departamento homónimo, es de un poco más de 200 –ininteresantes- kilómetros por la ruta 1. El tedio del camino se compensa con la seguridad de la berma de esta autopista. El 4 de mayo entramos a Oruro, aunque no pedaleamos por el centro, sino por la circunvalación de la misma ruta 1 por la periferia de la ciudad.

Desde Oruro hasta el empalme con la ruta 30 hay 120 kilómetros, nuevamente, sin mayores dificultades. Luego pedaleamos por la ruta 603, con dirección sudoeste pueblo de Salinas de Garci-Mendoza. La dificultad en todo este tramo se nos presentó como un fuerte viento de frente, pero con la ventaja de un camino totalmente asfaltado, mucho menos tráfico que en la ruta 1 con más espacios para acampar, gracias a numerosas ruinas en el curso del paisaje. Una vez en el pueblo mencionado, el 8 de mayo, nos abastecemos de alimentos y una gran reserva de agua, gracias a la llave que se encuentra en la plaza de armas.

Un par de paredes de adobe ofrecen una gran guarida de la ruta 1 boliviana.

La ruta 603 entrega una panorámica previa al Salar de Uyuni.

El camino desde Salinas de Garci-Mendoza hasta las faldas del Volcán Tunupa es de tierra.

Desde Salinas hasta la entrada del Salar el camino es de ripio y básicamente bordea el lado sur del volcán Tunupa (5300 m). Hasta cierto punto, al este del Volcán, es posible direccionarse para entrar directo al Salar, en vez de pedalear por un ripio mediocre a través de Jirira, Ayque y Coqueza. Elegimos esta opción considerando que ya estábamos en mayo, o sea, ya había pasado un mes desde la entrada del otoño (comienzo de la temporada seca y fría), es decir, los bordes del salar ya deberían estar secos. Pero no tuvimos mucha suerte. Los primeros kilómetros pedaleamos sobre una superficie mojada además de la sal que maculo gran parte de la bicicleta, un souvenir que se mantuvo por algunos días, hasta que pudimos lavar las bicicletas totalmente en Calama. Afortunadamente, llegamos a la zona más seca y compacta del salar, siguiendo mayormente las huellas de alquitrán dejadas por los vehículos 4×4, que acarrean miles de turistas a diario. La experiencia de pedalear, por este gran manto blanco, finalmente se volvió placentera.

A unos kilómetros de entrar al salar de Uyuni ya empezamos a ser engañados por el espejismo del mismo.

Acampada con el vecino salado.

Esto pasa cuando pedaleas por un salar que no está totalmente seco.

El Salar no tiene caminos, pero no hay duda por donde pasan los vehículos motorizados.

Desde el acceso norte a la salida sur hay unos 100 kilómetros. A medio camino se encuentra la isla Incahuasi, uno de los principales focos turísticos del Salar. Disfrutamos un poco menos la segunda mitad porque el viento austral nos empujaba, además la preocupación por la acumulación de densas nubes negras que sugerían que una tormenta se aproximaba. Por supuesto, el Salar de Uyuni no es el lugar para experimentar lluvias densas: terreno muy plano equivale a una alta probabilidad de impacto de rayos, asimismo de ser una zona de acumulación de agua. Así que pedaleamos con mucha prisa para salir de allí por el lado de Chuvica y acampar antes de que oscureciera. Finalmente, no llovió, pero no importa 🙂

Vista del volcán Tunupa desde el sudeste.

Parte de la Isla Incahuasi, en el salar de Uyuni, hogar de numerosos cardones de la puna (Echinopsis atacamensis).

Si disfrutas del silencio, pedalea por el salar más grande del mundo.

Desde este punto hasta la frontera con Chile (Avaroa/Ollagüe) son unos 130 kilómetros de ripio, y no exactamente un camino sencillo: la superficie alterna bruscamente entre zonas de arena y profundas calaminas, aunque en general no hay desniveles significativos. El viento no nos dio tregua por gran parte del Altiplano y este tramo no fue la excepción.

Cuando nos acercábamos al pueblo de San Juan, Bolivia, sobrellevando todas estas condiciones, tuvimos un extraño encuentro con una patrulla de militares en un auto 4×4: querían absolutamente controlar nuestro equipaje, a pesar de que el viento ni siquiera nos dejaba escucharlos y que estábamos en el medio de la nada. La lógica indicaba que no había ninguna forma de hacer una inspección allí por las siguiente razones (que les di a entender): (1) íbamos saliendo del país, si llevábamos algo que fuera un problema sería mejor controlarnos al entrar al país, (2) somos cicloviajeros, no llevamos muchas cosas con nosotros, ¿por qué meternos en problemas de llevar drogas, si necesitamos solo lo necesario?, y (3) el viento podría hacernos perder un montón de cosas si accedemos al control allí, sobre todo si no tenemos ni un lugar para protegernos o para apoyar nuestras bicicletas. Después de un par de minutos argumentando todo esto, solo manosearon nuestro equipaje y se rindieron de abrirlo, lo que nos hizo pensar en sus reales motivaciones. Unos metros después, y cuando ya vimos que la patrulla desapareció, revisamos si no habían dejado alguna “sorpresita” en nuestras alforjas. La paranoia es algo que nos acompañó gran parte de nuestro viaje, y que quizás nos ayudó a no sufrir ningún robo o pérdida importante.

Al llegar a San Juan, el 11 de mayo, pretendíamos pagar por alojamiento y una ducha. No conseguimos un lugar, estaba todo lleno, así que planeamos seguir, pero el viento no nos dejaba avanzar y cuando comenzó a formarse una tormenta de arena decidimos volver al pueblo. Por emergencia nos cobijamos al lado de un muro de la iglesia local, aunque el viento era tan fuerte que paso casi toda la noche levantando el piso de la carpa y azotando sus costados, lo que hizo muy difícil descansar apropiadamente.

Los caminos que nos encontramos después de cruzar el salar no eran con grandes desniveles, pero si con muchas «calaminas».

Ese cordón montañoso parece familiar…¡estamos cerca de la frontera con Chile!

El día siguiente, 12 de mayo, logramos llegar a la frontera después de un largo día sorteando calaminas pero al menos esta vez pudimos descansar protegidos del viento, ya que los trabajadores del SAG y Aduana chilena nos dieron permiso para acampar en un rinconcito de la zona donde ellos revisan equipaje, que posee paredes y techo, además de un baño muy cerca. La amabilidad de mis compatriotas fue un regalo anticipado de cumpleaños para Sylvain, aunque yo también me contente 😀

Vicuñas galopando por el salar Ascotán con el callejón Cañapa (?) de fondo.

Los últimos 200 kilómetros a Calama no fueron sorpresa ya que esta parte la habíamos hecho en el 2015. Pero una cosa es cierta, después de casi dos años afuera del suelo natal, sentí mucha nostalgia de reencontrarme con Chile.


Al Sur del Mundo: de Lima a La Paz.

Sin novedad alguna en el vuelo desde Ciudad de México, llegamos a Lima el 9 de marzo del 2017. El cambio de hemisferio trae un amigo conocido, que esta vez no llega con mucho cariño: el verano, y no como al nivel que tenemos en el Chile central, sino un calor pegajoso desde el momento que salimos del avión. Tomará varios días de habituación después de pasar los últimos meses viajando en otoño e invierno de México y Estados Unidos. Luego de ensamblar las bicicletas, salimos pedaleando del aeropuerto a casa nuestra anfitriona, Rita, cerca de las 10 p.m., quien vive cerca del centro limeño. Afortunadamente, planeamos la ruta con ciclovías y la llegada a casa de nuestra anfitriona estuvo libre de sucesos lamentables. 

Como muchas capitales, Lima cuenta con un circuito de buenas ciclovias. Algunas, como la de la foto, en mejor estado que otras.

Con la escolta limeña, armada gracias a Rita (de amarillo), logramos salir rápidamente de la capital.

Ya en la Panamericana (1S) rumbo a Mala.

Con un par de días en la capital peruana, decidimos partir al sur hasta Nazca para subir a la Sierra Peruana. Y al parecer nos fuimos en el momento correcto, ya que alrededor del 15 de marzo: el fenómeno de El Niño costero  se empieza a extender a las zonas más cercanas de Lima, y a esta misma, manifestándose especialmente con huaicos y ocasionando masivos cortes de agua, especialmente en zonas densamente pobladas.

La intensidad de precipitaciones en la Sierra nos lleva a la decisión de subir a la Cordillera por Nazca (450 kilómetros más al sur de Lima) y no Pisco>Ayacucho o Lima>Huancayo, postergando por al menos una decena de días las lluvias serranas, ya que estas deberían terminar a finales del verano en esa región. A pesar de tener que pasar unos días extras pedaleando por la Panamericana y bajo el calor costero, ya sabíamos a lo que nos enfrentábamos: un camino monótono y ventoso, conocimiento basado de la experiencia por el mismo camino en el 2015. Pero con la ayuda de nuevos y antiguos anfitriones de Warmshowers el recorrido se hizo más pasable.

En chincha nos hospedo Johana (de polera gris) y su familia, por medio de Warmshowers.

El Niño se deja ver: cerca de Pisco, podemos ver que las quebradas y rios corren con más agua.

A unos kilómetros al sur de Ica, esta quebrada se salio del cauce y tuvimos que mojarnos los pies para pasar.

Desde Lima a Nazca pasamos 5 días pedaleando (sin contar las detenciones) pero solo una noche acampamos, en los cerros cerca de Palpa. Con el tiempo en total llegamos a Nazca el 24 de marzo, pero el cambio de estación no hace que El Niño se aleje, así que nos detenemos en esa ciudad por tres días a la espera que las lluvias pasen y partir hacia las añoradas tierras altas. Salimos el 29 de marzo con destino Abancay, capital del departamento de Apurímac, siguiendo la ruta 26A. Los primeros 100 kilómetros son los más difíciles, ya que en esa distancia se asciende de 520 hasta 4000 metros de altura, un ejercicio no practicado en mucho tiempo. La inclinación fue violenta, sobre todo con todo el tiempo que pasamos en el litoral y el peso extra de alforjas llenas de comida y agua para esta zona un tanto aislada. Tan sólo en Santiago de Vado (120 km. de Nazca, en el departamento de Ayacucho) hay comercio lo suficientemente grande para abaratar costos, pero recuerden: son 120 km en subida. Sorpresivamente, entrando a la Reserva Pampa Galeras-Bárbara D’Achille y pedaleando bajo lo que ya sería una tormenta, un hombre conduciendo una camioneta nos ofrece quedarnos en el refugio de la Reserva. Cuando buenos viajeros con presupuesto, la palabra mágica fue GRATIS para convencernos a usar su ofrecimiento. Nos quedamos dos noches ahí, aprovechando tener un techo para pasar la lluvia. Al parecer El Niño no quería volver del recreo.

A varios kilómetros al este de Nazca, por la Ruta 26A, y el camino comienza a serpentear hacia arriba.

Por el mismo camino, más arriba, el desierto parece quedar atrás y el verdor tiñe el paisaje.

Entrando a la Reserva se empiezan a ver decenas de vicuñas.

Sylvain revisando una de las bicicletas dentro de las instalaciones de la Reserva.

La Reserva Pampa Galeras es la principal zona de conservación de vicuñas en Perú, donde es símbolo patrio. En la foto, una cría rescatada que vivía en las instalaciones. Se esperaba que, después de su destete, podría ser integrada a vivir con sus pares de forma libre.

Las construcciones, un tanto abandonadas pero funcionales, de la Reserva nacional Pampa Galeras-Bárbara d’Achille, Perú.

Abra Condorcenca a 4390 m.s.n.m.

Después de pasar el Abra Condorcenca a 4390 m.s.n.m. en la ruta 26A para luego descender hasta Santiago de Vado para luego volver a subir más allá de Puquio y llegar a una zona alta que se mantiene por unos 100 kilómetros sobre 4000 metros de altura: no exactamente el mejor lugar para permanecer durante una tormenta. Favorablemente pasamos esta área sin problemas y cerca del límite con el Departamento de Apurímac encontrarnos con una nueva oportunidad de hospitalidad a 4234 m.s.n.m.: en el Tambo Huray Huma, una oficina del Ministerio Vivienda que entrega orientación a los pobladores rurales de la zona y, de vez en cuando, alojamiento a viajeros. En este recinto nos dejaron dormir bajo techo, usar la electricidad y agua de la llave: un alivio para el frío altitudinal y la tormenta serrana que nos acompañó. NOTA: Para saber el punto exacto de este lugar, revisen la aplicación llamada iOverlander.

Laguna de Yaurihuiri, Ayacucho, Ruta 26A.

Laguna Apiñacocha, Ayacucho, Ruta 26A.

Valle del Rio Huanca, al limite departamental entre Ayacucho y Apurímac.

Al frente del Tambo Huray Huma, con Jordan y Forest, viajeros estadounidenses y su medio de transporte.

Como cortina trasera del Tambo existe un abundante bofedal, hogar de llamas y flamencos.

Jornada siguiente continuamos hasta el Abra Huashuccasa (4300 m.s.n.m.) para bajar al extenso valle del rio de Pachachaca. El camino baja suavemente hasta los 1800 m.s.n.m. y con una perspectiva rodeada de verdor. Pero muchas veces lo bueno tiene su lado malo: llegamos a una altura favorable para los insectos, específicamente de hematófagos (tal vez del género Lutzomyia) que cómodamente vivían ahí, como también se alimentaban de nosotros.

Abra Huashuccasa deja al descubierto el valle del rio Pachachaca.

Rio Apurímac.

Próxima parada: Abancay. Para llegar ahí, tuvimos que subir unos 15 kilómetros entre un tráfico denso con el comportamiento vial urbano del Perú, es decir, ciclistas y peatones pierden preferencia: si el motor suena tienes el camino abierto a pasar y con el bonus track de deleitar el resto con una sinfonía de bocinas *Sarcasmo*. La ciudad en sí no es de las más bellas que hemos visitado y francamente muy decepcionante para una capital de departamento, pero estar en medio de tantos cerros entrega cierto encanto, además de un clima más agradable. Aprovechando esto hicimos una inversión y pagamos un hostal por dos noches allí, lavamos ropas y nos zarpamos un patache: pollo spiedo con papas fritas. Otro punto bueno, es que el tiempo comenzó a tornarse más de acuerdo a la estación, esto es, con menos lluvias. 

Abancay desde arriba. Ruta 3S.

Cuyilandia.

Cusco no es lejano a Abancay, menos de 200 kilómetros de hecho con la ruta 3S, sin embargo hay dos subidas que cruzar: la primera es mayor (Abra Sorllaca a 4000 m.s.n.m.) y desciende hasta el Rio Apurímac, para volver a escalar hasta 3715 m.s.n.m. (Abra Huillque). Aun con esta dificultad, logramos hacer este trayecto en tres días, pero, siendo justos, el camino está en buen estado y con bermas de tamaño regular para circular sin tener que competir por espacio. La entrada a Cusco fue otra cosa, calles en pésimo estado y atiborradas de buses parando en cada esquina, así como una cantidad de perros vagos altísima, en su mayoría muy agresivos. Además, entre ambas ciudades, es difícil de acampar, ya que la población rural es grande y encontrar un punto discreto para descansar es raro, pero no inadmisible. 

Llegamos a la turística ciudad de Cusco (3400 m.s.n.m.) sin ánimos de visitarla, salvo descansar, comer, lavar ropa y arreglar las bicis, lo usual. Nada de Machu Picchu ni ninguna ruina, de ninguna forma íbamos gastar tanta plata para visitar un lugar lleno de gente. La gran excepción fue Teotihuacán en México, pero el precio entre ambos lugares no se compara. Además no nos sentimos cómodos con nuestra anfitriona Couchsurfing en Cusco, así que no quisimos extender más nuestra estadía.

Primera vista desde Cusco.

El 16 de abril nos fuimos de la otrora capital Incaica con orientación a Bolivia por la ruta 3S hasta Pucará, departamento de Puno. Para entrar a este país teníamos tres opciones, todas aledañas al Lago: Tilalí en el norte, Copacabana en el medio y Desaguadero en el sur de la ribera. Estos dos últimos son los que tienen mayor tráfico, debido a que el camino está en un estado superior y por tener puntos turísticos marcados, como las ruinas de Tiwanaku (Bolivia) y las islas flotantes de los Uros (Perú). Por ello, elegimos el camino del norte. Este (de acuerdo a la experiencia de Sylvain) es menos concurrido y como ya lo habíamos hecho en el 2015 ¿por qué no repetirlo?, sobre todo ahora que instalaron una oficina de migración en Tilalí, operando desde febrero del 2017, haciendo el trámite de salida mucho más sencillo. Antes, había que ir hasta Puno a conseguir el sello de ingreso o salida de Perú.  

Saliendo de Cusco vemos esta Iglesia atiborrada de fieles. Habiamos olvidado que ese domingo era de Resurección.

El itinerario por la ruta 3S desde Cusco es un ascenso progresivo de 160 kilómetros hasta el límite departamental, en un paso llamado Abra La Raya (4312 m.s.n.m.). A lo largo del camino los paisajes son hermosos pero persiste como muchas veces el inconveniente a la hora de encontrar un lugar para acampar, sobre todo en el ascenso.

Por un rincón de un poblado cusqueño, identifico un grafitti que dice «titiribici». ¿Será el mismo  que hospedamos en Chile?

Ch’iyar Jaqhi nevado.

Ultimo paso en Perú, entre Cusco y Puno. (No comentaré ningún chiste por el nombre para no ser tan obvia con mis compatriotas).

Escaleras terrenales al cielo.

Luego del Paso, nos mantuvimos cerca de los 4000 m.s.n.m., lo usual para el altiplano. Para nosotros era obvio que había que encontrar un camino alternativo para llegar a Tilali que no signifique pasar por Juliaca y luego a Huancané. Juliaca no es exactamente encantadora y, puntualmente, la urbe carece de empatía para tránsito no motorizado. Además el camino a Huancané carece de berma y está llena de minibuses a alta velocidad. Con estos antecedentes recopilados del 2015, a unos 45 km al norte de Juliaca, por la ruta 34B tomamos un atajo con varios caminos de ripio, cruzamos un puente peatonal y navegando, gracias a la aplicación MAPS.ME, llegamos a la ruta 34 H y luego a la 34I, ambas bordeando el Lago Titicaca. Para ser un atajo improvisado nos fue bastante bien: al final de la jornada logramos llegar a una plantación de eucaliptos y descansar bien. La misión del día siguiente fue pasar el control de migración en Tilali y acampar en el mismo lugar de septiembre del 2015, a metros de la frontera con Bolivia, lo cual fue terminado con éxito.

Aunque no teníamos muy claro de este atajo por caminos de ripios logramos sortear el primer obstáculo…

…y ya con el Lago Titicaca a la vista, y probablemente varias horas ahorradas, damos por exitosa la misión.

La pedaleada desde Huancané a La Paz no hubo mayores sorpresas: el inclinado camino de ripio seguía en la frontera de ambos países, así como la oficina de migración en Puerto Acosta, Bolivia, a la que llegamos el 22 de abril. Luego de que nos alejamos del camino aledaño al lago el pedaleo se volvió más anecdótico: desde Achacachi hasta La Paz surgieron varios arreglos viales y el tráfico se puso muy denso por lo mismo, así como la autopista que une El Alto con La Paz estaba bajo construcción, dejándonos sin berma, sumándole la lluvia que nos acompañó hasta la Casa de Ciclista, donde arribamos el 24 de abril. Pero sabiendo que hay un lugar donde refugiarnos todo esto no pareció tan malo. Volver a tomar una ducha caliente y comer una comida sabrosa recompensa muchos aspectos, así como la espectacular vista de la Cordillera Real, la corona que adorna esta encantadora ciudad.

«Jamás mujeres al poder» 🙁

Bordeando el lago para ir a Bolivia.

Monolito que distingue la frontera peruana-boliviana al norte del Titicaca.

Al entrar a Bolivia comienza el camino de ripio que dura unos 7 kilómetros hasta Puerto Acosta, donde se encuentra la oficina de Migración.

Cerca de Puerto Acosta hay que cruzar un arroyo, muchas veces el camino parece que es imposible pero si se puede hacer.

Llegando a Puerto Acosta, primer poblado de Bolivia en esta trayectoria.

¡Hasta pronto, Titicaca!

Con harto trabajo, logramos acampar en un área aledaña al lago por el lado boliviano. Esta parte tiene varios parches de eucaliptos que sirven para camuflarse. En este tuvimos que empujar colina arriba para alcanzar el escondite.

Cerca de Achacachi, Bolivia, comenzamos a ver más clara la Cordillera Real.

También observamos muchas botellas de alcohol puro tiradas por el camino. Sospechamos que es bebido, ya que fuimos testigos de esta práctica.

La entrada a El Alto se encuentra bajo construcción, añadiendo más desorden a esta ciudad. Sin embargo, nada nos detiene: estamos muy cerca de La Paz.

 


Mexico: parte III (Peninsula de Baja California).

Alrededor de las 7am del 23 de julio, ya recién llegados al estado Baja California Sur, desembarcamos en muelle del ferry y pasamos al control del ejército (no estoy segura, pero concluyo esto por el uniforme camuflado que usaban), en el cual te pasan el equipaje por un detector de metales, muy parecido a los de los aeropuertos. Luego de la inspección procedimos a ubicarnos con el GPS del smartphone, después de todo no estábamos seguros de donde exactamente estaba ubicado este puerto. La sorpresa llegaría cuando nos damos cuenta que el muelle no estaba en La Paz, sino a 22 km. de esta. Bueno, viendo el lado positivo, al menos es temprano y no seria tan caluroso pedalear esa distancia. Al cabo de un rato llegamos a casa de Tuly, anfitriona de Warmshowers, con quien acordamos días antes en cuidar su casa y sus tres perros por un tiempo después de nuestra llegada. Tuly es muy amable y rápidamente establecimos una amistad. Pero dado que no queríamos quedarnos tantos días en su casa, nos fuimos a hacer un pequeño recorrido cerca (La Paz>Todos Santos>El Triunfo>Los Planes>La Paz).

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Caranchos sobre cactus (creo que a estas aves les dicen queleles por acá). Camino a El Triunfo, Ruta 1, BCS.

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Durante los tres días de nuestro viaje alrededor de La Paz, las nubes nos rodearon. En la foto parte del camino de El Triunfo a San Antonio.

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Ascenso progresivo desde Los Planes, Ruta 286. Lluvia que lejos de oscurecer nuestro día, lo refresco.

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Viendo el estado de este camino, nos alegramos haberlo hecho en ascenso y no lo contrario (miren esos baches a la derecha).

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La Paz al frente.

Después de este viajecillo, retornamos a La Paz el 28 de julio y nos quedamos hasta el 6 de Agosto. Principalmente use este tiempo para traducir un texto que Sylvain preparo meses atrás, y que actualmente se encuentra disponible como PDF aquí.

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Playa El Coromuel en La Paz – Unica vez que me metí al mar en todo el viaje. Mar con aguas tibias y ducha posterior me convencieron.

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Con Jesús (Marido de Tuly), Tuly y Angela (una de sus hijas).

Luego de esta larga estadía, partimos con la mezcla de alegría/pena, al despedirnos de este hogar tan afectuoso, con destino a Guerrero Negro, como nuestra próxima parada de descanso. El primer día en la ruta 1 (que une a toda la Península de Baja California) no se nos hacen excepcionalmente difícil, excepto en varios kilómetros bajo construcción, donde tuvimos que pedalear sobre tierra/arena y con tráfico acumulado. Después de casi 20 kilómetros volvemos al asfalto.

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Uno de los primeros días en la Ruta 1 de Baja.

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Y una de las primeras siestas también.

Todo marcha bien hasta el día 8 de agosto cuando nos percatamos por internet que se avecina una tormenta tropical llamada Javier. Anticipamos que no escaparemos de la lluvia por más que lo intentemos y al día siguiente madrugamos para así conseguir un techo el 9 de agosto, cuando la lluvia llegaría con todo a parte de Baja California Sur. Pronóstico correcto y conseguimos refugio en la “oficina” (simplemente un cuchitril) de la policía municipal de Villa Morelos. El policía a cargo resulto ser un clon del Jefe Gorgory (referencia de Los Simpsons): gordo, torpe y un poco tonto, pero con buenas intenciones.

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CONAGUA entregándonos la Crónica de una tormenta anunciada.

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Al menos la situación no fue tan mala como en el centro y sur de México con la tormenta Earl.

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Refugio para la sobriedad pero no lo suficiente para la tormenta. Villa Morelos, BCS.

Día siguiente avanzamos a lo que ya varios nos habían mencionado: la ruta estaba bajo construcción, y con toda la lluvia, el camino se transformo en un lodazal: una pesadilla de 4 kilómetros para cualquier ciclista con tapabarros. Historia corta, luego de una lucha por tratar de avanzar en el barro y sacarlo de nuestras bicicletas, decidimos extraer los tapabarros y desecharlos, esperando que no tendríamos lluvia en los próximos meses.

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Lucha en barro.

Por cierto: la ruta desde La Paz hasta Ciudad Constitución esta casi totalmente rodeada de cerco. Encontrar un sitio para acampar no fue sencillo, pero afortunadamente esta problemática se va aminorando en el resto de Baja, excepto en el tramo que va de Ensenada a Tijuana.

Luego de Ciudad Constitución los paisajes empiezan a mejorar y finalmente el lado bello de Baja aparece, del cual tantos cicloviajeros nos habían mencionado. De todas formas, el tráfico es alto la mayor parte del tiempo y que cerca del 95% de toda la ruta no tuviera berma puede llegar a bajar el entusiasmo a cualquiera.

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El 11 de agosto entramos al sector Este de Baja, al Golfo de California, el cual tiene un clima muy húmedo y caliente en estas alturas del año. Por dar un ejemplo: las temperaturas en Santa Rosalia alcanzan los 41° C, así que lo mejor es salir rápido de acá. También esta zona esta más expuesta a tormentas: casi cada noche que pasamos en este lado pudimos ver como el cielo se iluminaba al otro lado del Golfo, en el estado de Sinaloa.

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Los 5 días que pedaleamos por el Golfo no fueron muy cómodos para ser honestos, incluso con paisajes litorales de postal, por lo mismo, esta zona es bien turística y conseguir agua gratis no es sencillo con los dueños de restaurantes o almacenes, dado que están acostumbrados a vender todo a precio de turista. Afortunadamente, las veces que pedimos agua en Purificadora (lugar donde se purifica y vende agua, muy común en todo México) nunca obtuvimos un «no» como respuesta. Después de todo el agua es vida y a nadie debería negarsele.

Zona bilingüe, la señal de que estamos en zona altamente turistica.

Zona bilingüe, la señal de que estamos en zona altamente turística.

Para acampar nos enfrentamos a otro problema: suelo sobrecalentado por el sol, equivalente a tratar de dormir sobre un radiador, especialmente dado que el suelo no se enfriaba por poner la carpa sobre este toda la noche. Entonces comenzamos a limpiar dos zonas para instalar la carpa: la primera para descansar hasta la medianoche y la segunda para mover la carpa alrededor de esta hora, beneficiándonos de un suelo más frío, o al menos para dejar de transpirar tanto. Si, todo un webeo, pero créanme que fue la mejor idea que se nos ocurrió para descansar con tanto calor.

Para coronar nuestra salida de esta zona, debemos subir una cuesta, y no cualquiera, esta fue bautizada como Cuesta del Infierno. El nombre lo tiene bien merecido y con esto les digo todo: el excesivo calor hizo que Sylvain pedaleara por primera vez sin camisa, aunque ya el Sol comenzaba a despedirse. Toda una anécdota, ya que mi marido es muy precavido en cuanto a la exposición solar.

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¿Será porque la creatividad no se apura? – Mural en Santa Rosalia, BCS.

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Iglesia de Santa Rosalia, diseñada por Eiffel.

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Atardecer en la Cuesta del Infierno.

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Sylvain derritiéndose.

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A la mañana siguiente, con los últimos metros de la infame subida.

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Volcán Las Tres Virgenes, BCS.

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Parte del Oasis de San Ignacio, Baja California Sur.

Mision de San Ignacio

Mision de San Ignacio de Kadakaamán.

Al entrar al desierto de Vizcaíno las noches comenzaron a hacerse más frescas, aunque con viento de frente fuerte (desde el Oeste). Esto duro poco y del 18 al 21 de agosto fuimos hospedados nuevamente por un miembro de WS en Guerrero Negro, justo a la mitad de la Península. Este poblado parece grande en el mapa, pero en la realidad no lo es: tiene muy pocas calles asfaltadas y el resto son de arenas, no muy grato darte cuenta de esto cuando la casa donde vas a descansar está en la periferia. En la calle principal hay mucho negocio cerrado a esta altura del año (temporada baja) y tampoco hay grandes supermercados como en La Paz, Ciudad Constitución o Santa Rosalia, por ello hicimos todas las compras de abarrotes en esta última ciudad. Llevamos decenas de kilos extras en la cuesta que anteriormente mencione (10 días de comida), pero ahorramos bastante plata.

Al parar en un lugar, y tener contacto con gente, siempre puede haber consecuencias: positivas y/o negativas. En Guerrero Negro tuve la parte negativa y me descompuse del estómago, pero mejore en un día por lo que decidimos seguir a la mañana siguiente.

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Arreboles: situación cotidiana por acá.

Unos kilómetros al norte de Guerrero Negro empieza el estado de Baja California.

Unos kilómetros al norte de Guerrero Negro empieza el estado de Baja California.

Entre Guerrero Negro y El Rosario existe el sector llamado Valle de los Cirios, donde el trafico es más escaso, con mucho menos autos de turistas pero con el flujo de camiones igual de constante. En esta zona la obtención de agua fue nuestro principal conflicto, cualquier oportunidad de pedir a algún local o sacar directamente de un grifo (siempre filtrando después, por supuesto) en un pueblo era buena. Pero un día nos vimos forzados a tomar agua con sabor a jabón, que nos dieron en un lugar llamado Chapala. Esta estaba filtrada por nosotros, sin embargo no dejo de ser asquerosa y mató nuestro buen animo por varias horas. Lo bueno es que al día siguiente nos pudimos deshacer del resto gracias a un granjero que nos dio agua limpia y luego por los militares que trabajan en el puesto de control al sur de Cataviña, quienes nos dieron agua purificada.

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¿Alguien necesita sal? pregúntele a mis párpados.

Bajadas y subidas nos sacan de la rutina.

Bajadas y subidas nos sacan de la rutina.

Y una que otro relieve a la distancia.

Y uno que otro relieve a la distancia.

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Tórtola aliblanca paseándose cerca de nuestro sitio de acampada.

Los trolls saben protegerse del calor. Nosotros tambien.

Los trolls saben protegerse del calor. Nosotros también.

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Al norte de Cataviña empieza un paisaje rocoso muy bonito, pero muchos visitantes eligen escribir sus nombres en las rocas con pintura. Mejor nos quedamos con las que aún salvan.

Florecita rockera.

Florecita rockera.

Cirios (Fouquieria columnaris) árbol emblema de esta zona.

Cirios (Fouquieria columnaris) árbol emblema de esta zona.

Dejando de lado el tema del agua pedalear todo el camino desde Guerrero Negro hasta El Rosario fue agradable: bellos paisajes desérticos, sin calor extremo como en el Golfo y sin cercos que preocuparse al momento de acampar, solo pedalear alrededor de 70 a 80 km. diarios y parar donde se nos antojara.

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Valle de El Rosario, Baja California.

Toda la calma llega a su fin en San Quintín: el tráfico se hace increíblemente denso hasta Camalú y la berma es ridículamente estrecha o inexistente. No podemos contar todas las veces que los vehículos nos pasaron a centímetros de un accidente. Sumado a esto tuvimos el viento de frente todo el día, no fue una jornada fácil, pero termino cuando encontramos un cerco abierto, donde nos adentramos casi un kilómetro encontrando un sitio oculto para acampar.

El día anterior tuvimos otro tipo de experiencia, cerca de la bahía de Santa Marta, donde nos detuvimos para acampar. Avanzamos por un camino aledaño a una quebrada para encontrar un sitio. Al momento de poner el piso de la carpa escucho un «tsss» desde un arbusto, me doy vuelta y veo una serpiente cascabel a dos metros de mi. Asustada tiro el nylon al suelo y le aviso a Sylvain, pero el no la escucha, aunque alcanza a ver su distintiva cola alejándose. Luego de este encuentro, nos preguntamos donde vamos a dormir si la serpiente anda rondando por ahí esperando volver, sobre todo porque muchos reptiles aprovechan la oportunidad de dormir cerca de fuentes de calor (¡benditos humanos!). Luego de casi una hora de reflexión abandonamos la preocupación e instalamos la carpa de todas formas, pero preparados para un posible ataque de nuestro nueva amiga. Bueno, quizás ya se habrán dado cuenta que al final no paso lo que pronosticamos.

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La cascabel en cuestión.

Volviendo al tema del camino en si, desde Camalú hasta Ensenada los paisajes vuelven a mejorar un poco, especialmente porque los poblados están más distanciados entre si. La cantidad de vehículos es densa aun, pero la calidad del camino va y viene a modo de autopista, es decir, con berma (¡yay!). Aunque el progreso trae consigo el precio de ciertos tramos bajo construcción, específicamente en la zona entre San Vicente y Santo Tomás. Después de varios días, volvemos a pedalear bajo polvo y bocinas agresivas.

Viendo el lado amable, mucho verdor de esta zona es brindado por las viñas, de la cuales tantos se sienten orgullosos. No llegamos a saber cual era el motivo de tanto orgullo: los precios de los vinos, para estándar mexicano, son altísimos (creemos que esto se debe a que las viñas no son tan antiguas y extensas como en Francia o Chile). Pareciera que, a diferencia de nuestros países natales, los vinos acá son un producto de lujo, incluso más caros que los que se producen en Estados Unidos.

Ultimo camping antes de Ensenada.

Ultimo camping antes de Ensenada.

Finalmente llegamos a Ensenada el 30 de Agosto a la casa de un anfitrión de WS, al cual prefiero no describir ya que no nos sentimos tan a gusto. Luego de un par de días y que no nos dejará quedarnos tantos días como le pedimos, marchamos a casa de Tony, Mara y sus hijos, un poco más al norte de Ensenada, y el cambio fue drásticamente mejor: nos recibieron y su calidez fue instantánea. Hasta celebramos mi cumpleaños por anticipado y compartimos un pastel de cumpleaños de «BubuLubu» (uno de mis dulces mexicanos predilectos) que ellos compraron. La despedida fue difícil, pero nos fuimos el 6 de septiembre con todas las compras realizadas a días previos de cruzar a EE.UU.

Adios pelito largo! Fuiste un buen compañero, pero ya me fastidiaste.

¡Adios pelito largo! Fuiste un buen compañero, pero ya me fastidiaste.

Torta de cumpleaños de Bubu Lubu: una bomba de culpa, azucar y felicidad.

Torta de cumpleaños de BubuLubu: una bomba de culpa, azúcar y felicidad.

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Con Mara y Tony: anfitriones inolvidables.

El tramo de Ensenada a Tijuana no es tan largo, pero no pudimos hacerlo en un día. Acampar aquí fue todo un reto, considerando que hay una autopista (ruta 1D), un camino en paralelo (ruta 1) y varios de complejos hoteleros en el litoral, que no dejan espacio para mucho más. Batallamos pero encontramos un sitio, un rinconcito escondido en un duna al sur de Rosarito.

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Stealth camping entre Ensenada y Tijuana.

Al mediodía siguiente (7 de septiembre 2016) llegamos a Tijuana. Ahí nos esperaba Sandra, quien insistió en darnos un aventon en auto hasta su casa; razón tuvo ya que estaba en la punta del cerro. Sandra fue otra anfitriona para recordar: nos hizo un recorrido por Tijuana y al día siguiente nos ayudo a cruzar la frontera para orientarnos en San Diego, California. Sobre esto me extenderé en la próxima entrega. ¡Hasta pronto!

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El muro como lienzo de la molestia sobre las políticas gringas de migración.

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Muro en la Frontera entre Estados Unidos y México, en Playas de Tijuana.

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En Estados Unidos …mexicanos.

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Detalle del muro. Ni un dedo pasa por ahí.

Con Sandra, rumbo a cruzar a EE.UU.

Con Sandra, en nuestro camino a San Diego, EE.UU.


México: parte I

30 de abril del 2016, día crucial. Día de entrada a México, país desconocido pero añorado en nuestras visiones dentro de la calurosa Centroamérica. Pasar por la aduana de Talismán, Chiapas, no fue para nada como en los países centroamericanos. Primero, pasamos la revisión usual donde tuvimos que abrir nuestras alforjas, e incluso la bolsa de la carpa. Molesto para nosotros pero siempre necesario para las autoridades. Aprobado nuestro estado como ciudadanos medianamente decentes para ingresar al país, fuimos a buscar el sello de entrada en la oficina de migración, donde nos enteramos de la Forma Migratoria Múltiple (FMM), un documento obligatorio para permanecer por 180 dias en México por tan solo 390 pesos. Este sencillo pero importante salvoconducto, que consiste en solo un papel, puede ser pagado a la salida o entrada del país. Nosotros optamos por pagarlo en la partida, ya que en caso de extravío del original se debe pagar el doble (ya escuchamos de un cicloturista gringo que paso por esta situación).

Pasada la aduana nos dirigimos a Cacahoatán, Estado de Chiapas, con nuestro primer Warmshowers desde El Salvador y el primero de una buena racha de anfitriones mexicanos con esta red social. Recibidos con la calidez que caracteriza a tantos mexicanos nos quedamos un par de días, definiendo el recorrido y buscando futuros anfitriones en la ruta. En casa de Samuel también coincidimos con otro huésped: Hugo, un cicloviajero chihuahueño, quien nos entrega información valiosa sobre algunas rutas a seguir.

Definida la trayectoria nos vamos por la ruta 200, por el litoral de Chiapas, rumbo a Oaxaca. Por varios días nos acompaño el calor y la humedad, con algunos chubascos fuertes entrada la tarde, dado el inicio de la temporada lluviosa.

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Descripción gráfica de la sensación térmica en la costa de Chiapas.

 El contraste con Centroamérica se comienza a notar en el estado de las carreteras y el tipo de urbanización: en México notamos que la gente tienda a agruparse en pueblos en vez de construir a lo largo del camino. Esto nos permite mayores posibilidades de acampar. Y no solo el descanso mejora, también los gustos gastronómicos, ya que aparecen las Cocinas Económicas con la famosa “Comida Corrida”, con almuerzos muy ricos desde 30 pesos mexicanos (unos US$ 1,50). Por experiencia les puedo decir que los precios van en aumento al avanzar hacia el norte.

Iglesia Luz del Mundo alcanza su resplandor con este edificio en Tapachula, Chiapas.

Iglesia Luz del Mundo alcanza su resplandor con este edificio en Tapachula, Chiapas.

El calor se nota hasta en la cara.

El calor chiapaneco se nota hasta en la cara.

Y hablando de comida: pedalear a lo largo de este camino fue una gran oportunidad de glotonear a diario deliciosos y maduros mangos ¡gratis! Tanta abundancia que hasta las vacas se volvían locas por estas frutas, volviéndose nuestra competencia cuando se trataba de conseguir los mejores ejemplares…de mangos.

Y aunque las ventajas de viajar por tierras cálidas trae jugosos frutos, llega el momento de tomar la ruta 190 hacia el sector de La Ventosa, en el Istmo de Tehuantepec, para comenzar a ascender a la Sierra Madre del Sur, específicamente a Oaxaca. El nombre de La Ventosa no es por casualidad, allí se encuentran cientos de turbinas eólicas por una buena razón: el viento lateral es poderosisimo, pero tuvimos suerte al pasar, ya que no sufrimos ninguna caída, como a muchos ciclistas les ha pasado.

Sylvain luchando con Eolos. La Ventosa, Oaxaca.

Sylvain luchando con Eolos. La Ventosa, Oaxaca.

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Presa Benito Juárez, Oaxaca.

El primer día del ascenso coincide con la bienvenida a la 4ta decada de Sylvain. Sin tiempo y lugar para celebrar, optamos por comprar algunos dulces para aminorar una posible crisis de la edad mediana y nos entregamos con toda nuestra energía a la jornada.

Entrando a la Sierra los días comienzan a hacerse más frescos. En todo nuestro ascenso a la ciudad de Oaxaca, solo un día tuvimos tormenta. El paisaje cambia con apariciones de bosques y plantaciones de agave, nada de raro para un estado reconocido por su mezcal. Este destilado no fue de nuestro gusto y en palabras de Sylvain «el mezcal sabe a cenizas destiladas de asado», sin ofender a los fans..

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Devoción al estilo mexicano.

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Camisa mojada, prenda perfecta para combatir el calor.

Colinas de Agave, en ruta 190. Oaxaca.

Colinas de Agave, en ruta 190. Oaxaca.

Con respecto a los terrenos para acampar, encontrar un lugar lo largo de la ruta 190 se hace más sencillo, ya que hay menos cercos. En general los campesinos son amistosos o simplemente no les importa que traspases su propiedad, sobre todo si es para dormir o detenerse para comer. Prueba de esto fue cuando tuvimos que acampar a un costado de un camino a una casa porque esa tarde nos pillo la tormenta. Cuando ya teníamos la carpa instalada con nosotros adentro, pasa una camioneta con una familia por el camino (obvio que dejamos espacio para el transito, ¡tan weones no somos!). Al detenerse pensamos que nos iban a echar en plena lluvia, por el contrario, nos saludaron y que dijeron no había ningún problema. ¡Alivio instantáneo!

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Vista post-ascenso: siempre una recompensa.

Tortillera en plena faena. Oaxaca.

Tortillera en plena faena, Oaxaca. Si México tuviera una escudo alternativo seria una tortilla de maíz.

Al día siguiente llegamos a Oaxaca (1200 m.s.n.m.), ciudad donde pasamos un poco más de una semana en el departamento de Sol, miembro de WS, que nos dejo al cuidado de su hogar ya que ella se encontraba viajando por Cuba por esos días. A pesar de que nunca la conocimos, nos sentimos muy agradecidos de estar conectados con una persona que deposito tanta confianza en nosotros.

Oaxaca es una ciudad muy bonita, de arquitectura colonial. El acento que pude notar fue en la producción textil indígena, que se nota en los múltiples mercados del centro.

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Templo de Santo Domingo, Oaxaca.

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Calle céntrica de adoquines, Oaxaca.

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Catedral de Nuestra Señora de la Asunción.

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Pasillo de un mercado oaxaqueño. Casi de todo a la venta: de articulos de cumpleaños a especias

Además de ser un estado multicultural, ha tenido una activa vida política desde hace varias décadas y encontrarse con una marcha o bloqueo de carreteras y áreas publicas es normal. Para nosotros no fue la excepción, ya que nuestra estadía coincidió con la extendida huelga de maestros opuestos a la reforma educativa, quienes tomaron la plaza y sus calles aledañas como modo de protesta.

Como ciudad capital de estado, también aprovechamos de cambiar finalmente el eje motor de mi bici que llevaba crujiendo desde Colombia (en Nicaragua lo buscamos sin éxito), pero finalmente en Oaxaca encontramos el modelo necesario a un precio decente: 200 pesos, nada de mal pensando que en tierras nicaragüenses nos querían vender uno marca chancho a 10 dólares. A la lista de compras le sumamos una cámara fotográfica nueva y una tarjeta SIM (compañía Telcel) para el teléfono, que facilitaría la comunicación con nuestros anfitriones mexicanos y el acceso al pronóstico del tiempo. Destaco que la tarjeta vale solo 50 pesos y por 100 pesos más tienes telefonía ilimitada e Internet para todo un mes. Primera vez que invertimos en una tarjeta SIM y les digo que vale la pena si planean quedarse al menos más de dos meses en México.

Además mandamos a confeccionar finalmente dos gorros legionarios para protegernos del Sol y termine de escribir sobre el cruce del Darién, que creo que fue para mejor esperar a que mi ira decantará antes de explicar lo que nos paso.

Con todo esto realizado, nuestra estadía en Oaxaca dio paso a otros rumbos cercanos de la ciudad de México, específicamente a Metepec, trayecto que nos tomaría 8 días en concluir.

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Encuentros cercanos: Pedro, cicloturista de Guadalajara https://www.facebook.com/GodinAlManubrio

En esta parte del viaje, el clima comienza a mejorar bastante en relación al sur de México: tuvimos algunas tormentas entrada la tarde durante los tres primeros días y luego casi nada hasta Ixtapán de la Sal, Estado de México. Mayormente tuvimos suerte evitando quedar muy mojados poniendo la carpa a tiempo o refugiándonos bajo un techo. Fue buena idea tener internet en el teléfono, el acceso al pronostico climático fue crucial.

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Un ejemplo de berma.

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Ex- Convento de Santo Domingo de Yanhuitlán. Ruta 190, Estado de Oaxaca.

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Un antiguo camino nos brinda el espacio para refugiarnos de la tormenta que viene.

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Y así como hay berma, también se va.

Las dificultades de esta parte del viaje fueron casi las mismas que entre La Ventosa y Oaxaca: caminos con relieves y casi nada de berma, aunque el trafico fue suave y con moderación por parte de los conductores, brindándonos siempre algo espacio.

En general los paisajes iban desde medianamente montañosos a valles semi-áridos. Escenas bonitas y poblados esporádicos, con algunas algunos puntos más destacados como en algún lugar del estado de Puebla, donde pasamos por una zona con cactus gigantes (si no me equivoco de la especie Pachycereus weberi).

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IMPRESIONANTE.

Al irnos acercando al estado de México, vamos tomando caminos rurales de menor trafico para alcanzar áreas montañosas más vacías. Esta decisión de itinerario fue genial, pedalear por aquí fue muy agradable aunque bastante deportivo.

Zapata siempre cuidandonos.

México es Zapata.

Cerca de Jonacatepec, Morelos.

Cerca de Jonacatepec, Morelos.

Algo que llamo nuestra atención en este trayecto fue una zona, en la Ruta 95, cerca de las Grutas de Cacahuamilpa, en la que un ricachón (sin pudor de mostrar su riqueza) construyo varias edificaciones con aspecto de castillo, con un incluso un avión privado. Además de construcciones, esa noche nos topamos con unas viejas conocidas: vinchucas, buen motivo para revisar si la carpa quedo bien cerrada durante la noche. Aunque esto fue una preocupación, fue solo por ese día ya que nos los volvimos a ver en todo México.

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No era un espejismo, ¡si tenia un avión!

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En la ruta 55, Guerrero, hacia las Grutas de Cacahuamilpa.

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Sigilosa pero (posiblemente) peligrosa.

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Por acá no esperaron a que la muni se rajara con ciclovias. Ruta 55.

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No se deje engañar, eso es orgullosamente sudor. Cerca de El Mogote, Sierra Madre del Sur, Guerrero.

En general, desde que salimos de Oaxaca, acampar paso de ser fácil a complicado a medida que nos íbamos acercando al centro de México, conformado por el Distrito Federal y los estado de México, Hidalgo, Morelos, Puebla, Querétaro y Tlaxcala. Al aumentar la dificultad para encontrar un sitio para acampar, entramos a áreas cercadas e incluso nos arreglamos para dormir en una vivienda abandonada, la noche anterior a nuestra llegada a Metepec (2620 m.s.n.m.), donde nos esperaba nuestro anfitrión, Guillermo y familia. De vez en cuando es bueno llegar a un hogar.

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El maíz, símbolo de las fértiles tierras del centro de México. La planicia indica que queda poco para Metepec.

Recorrido descrito en este articulo.

Recorrido descrito en este articulo (del 30 de abril al 4 de Junio,2016, incluyendo los dias de descanso).


Colombia, episodio II: de Ibagué a Turbo.

Nuestra salida de Ibagué coincidió con el día sin auto en esta ciudad, el 9 de febrero, reduciendo bastante el trafico y haciendo más expedita nuestra salida rumbo a la ruta 43. El día sin auto es una fecha mensual que se celebra en varias ciudades de Colombia, una iniciativa con una buena intención pero que no resuelve el problema central durante el resto del mes: la contaminación acústica y del aire.

La ruta 43 une la capital de Tolima con Mariquita. El camino es asfaltado, sin mayores dificultades y con paisajes repetitivos bajo el intenso calor de la zona: plantaciones de arroz, ganado tipo Brahman y, como ha sido la tónica en gran parte de nuestro viaje por Colombia, la cerca que limita nuestro acceso a terrenos acampables.

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Plantaciones de arroz en ruta 43.

La primera noche encontramos un espacio entre los alambres de púas en un sitio aledaño a un río. Por supuesto, lleno de chitras y mosquitos. La mezcla de insectos vampiros, alambres de púas y calor nos hacen tomar la decisión de buscar alojamiento pagado en La Dorada por dos noches. Este municipio cuenta “con una temperatura promedio de 34° C” (Fuente: Wikipedia) y se encuentra en medio de la ruta 45, la cual va paralela con Rio Magdalena y dirige hacia el norte a la ruta 60, que mayormente sube hasta Medellín.

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Formaciones rocosas, un deleite visual camino a La Dorada.

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Ruinas de Armero, pueblo que quedo sepultado en 1985 tras la erupción del Nevado del Ruiz.

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«A la grande le puse Cuca». Autopista en la ruta 60.

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Hay varios letreros de cruce de animales, pero al parecer no funcionan todo el tiempo.

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Acampar libremente es una buena sensación, lastima que en Colombia no es tan sencillo.

A pesar de que el ascenso por la ruta 60 fue duro por el calor, hay un lado positivo en todo esto y es que al entrar a la región montañosa perteneciente al departamento de Antioquia, comenzamos a tomar el agua de las quebradas sin consecuencias nefastas. ¡Comprobado empíricamente!

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7 a.m.

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¿Peligro? ¿De qué?

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Cruzando el Rio Samaná.

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Valle de Granada, Antioquía.

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Todo el trayecto hasta Medellín acampar se hace muy difícil sin tener que pedir permiso, pero siempre se puede encontrar algo. Tengan fe.

En Guarne, a 25 km de Medellín, pasamos por la estación de bomberos a pedir alojamiento. La estación esta insertada en un reciento polideportivo, donde tocamos el timbre y nadie salio, pero tenemos patria porque minutos después sale el guardia del reciento y nos da permiso para dormir adentro de una sala. Viene como anillo al dedo, ya que a la mañana siguiente se pone a llover con furia hasta las 9am.

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El primo paisa de nuestros queltehues.

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¡Medellín al fin!

A pesar de que la entrada a Medellín es un poco caótica con los arreglos en las calles, luego vemos el lado amable de la ciudad: los ciclistas urbanos se mueven en masa a través de ciclovias extensas de norte a sur, que nos dirigen claramente a la casa de nuestros anfitriones de Couchsurfing: Brunella y Laurent, una pareja italofrancés quienes comparten su tiempo y techo con nosotros durante una semana, incluido un par de días de recuperación digestiva. Con respecto a esto ultimo, no pudimos encontrar la fuente de este problema, ya que comimos lo mismo que nuestros anfitriones y el agua de Medellín es potable, a diferencias de muchos otros sitios de Colombia. Si viajan a este país, por favor consulten el estado del agua del grifo con la gente. En Medellín fue el único lugar donde tomamos agua directamente de la llave, así que no les aseguro la potabilidad en otros sitios.

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Parque de esculturas de Botero en Medellín.

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Este perro deja en la ruina a cualquiera!

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¿Estarán pensando lo mismo?

Bandeja paisa: un motivo más para volver a Medellín.

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Con Laurent y Brunella, nuestros anfitriones en Medellín, regaloneandonos con un rico desayuno inspirado en Francia.

El 25 de febrero salimos de Medellín camino a Turbo por la ruta 62, tomando el camino que va hacia el sector de San Cristóbal, en las afuera de la capital paisa. Aunque lo queríamos intentar, no se puede pasar el túnel de Occidente con la bicicleta, esta super vigilado y al inicio se señala que no se puede entrar con vehículos no motorizados. En vez de debatir, mejor nos ahorramos tiempo de discusión y tomamos el camino alternativo por el cerro.

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En las afueras de Medellín, cerca de San Cristóbal.

Mas allá de San Cristóbal entramos a un sector bien pituco y tenemos nuestro primer encuentro con la policía y el control de identidad pertinente, solo porque una vecina les aviso que vio a dos personas “nuevas” en el camino. Cumplimos con la diplomacia que amerita el momento y entregamos pasaportes, sin dejar de sentir una sensación de sorpresa e impotencia al ser apuntados como sujetos de sospecha.

Pasaportes devueltos y seguimos con el ascenso hasta un par de kilómetros para luego bajar y bajar un poco antes de San Jerónimo, donde pedimos patio a un campesino, quien acepta sin ningún problema y nos ofrece usar el baño y ducha, si así queremos. Al día siguiente no tenemos la misma suerte. Bajamos hasta Santa Fé de Antioquia y comenzamos a ascender nuevamente hasta que podamos encontrar un lugar para acampar, pero es prácticamente imposible: no hay ni casas ni terrenos escondidos del camino. Nos esforzamos a seguir empujando el descanso hasta encontrar algo, hasta que casi en penumbra pillamos un terreno cercado (obviamente), pero con la llave en el candado. Parece ser un sitio donde se almacenan maquinarias de construcción y nada parece indicar que hay gente allí. Entramos y ponemos la carpa ya casi a oscuras. Sylvain toma la precaución de volver a la reja, sacar la llave del candado y dejarla cerca pero no escondida, por si a alguien se le ocurre encerrarnos. Esta medida estuvo precisa, porque a la mañana siguiente efectivamente el candado estaba cerrado. Al día siguiente también nos dejaron encerrados, pero en una finca: pedimos permiso a una señora que nos dejo acampar en su sitio, el problema surgió cuando no nos percatamos que todos se fueron y dejaron con candado el portón (¿como nadie nos aviso?), sin embargo había una alternativa para salir por el cerco del ganado.

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Parece que solo los automovilistas tienen derecho a un angelito que los acompañe.

El 28 de febrero hacemos el ultimo de los ascensos hasta un par de kilómetro al sur de Dabeiba. En la subida conocemos a una pareja cicloturista francesa, Patricia y Christian, quienes nos dan importante información sobre el cruce en Lancha desde Carti hasta Turbo. Luego de una extensa conversación, seguimos los últimos kilómetros para terminar pidiendo espacio y seguridad en una casa. La mujer cuidadora del lugar se llama Cirilia, nos da permiso y no solo eso: nos deja dormir en una habitación y nos da cena. Su amabilidad quedará por siempre en mi memoria.

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Sylvain con Patricia y Christian. Muy útiles consejos en la ruta sobre las rutas. Gracias biciamigos!

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Se ve más brutal en la foto de lo que es.

Al día siguiente nos espera una jornada de calor, ya que nos aproximamos a zonas más bajas y con influencia del Mar Caribe. En Chigorodó acampamos vecinos a la estación de bomberos, pero el calor y el ruido intenso de la gente que se ejercita cerca (hay canchas y maquinas para hacer ejercicio alrededor) hasta cerca de la medianoche no ayudan a tener un sueño reparador.

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Camino a Chigorodó. Sensacion térmica: «matenme!»

El camino a Turbo, nuestro ultimo usando la bici en Colombia, se encuentra a unos 50 km de Chigorodó. Hay mucho trafico y no hay berma, así que poner atención alrededor.

Y con respecto a lo que paso en el cruce a Panamá, lo dejo para la próxima crónica. Es que depender de otras personas para transportarse es un gran dolor de cabeza muchas veces, y este no fue la excepción