Al Sur del Mundo: de Lima a La Paz.

Sin novedad alguna en el vuelo desde Ciudad de México, llegamos a Lima el 9 de marzo del 2017. El cambio de hemisferio trae un amigo conocido, que esta vez no llega con mucho cariño: el verano, y no como al nivel que tenemos en el Chile central, sino un calor pegajoso desde el momento que salimos del avión. Tomará varios días de habituación después de pasar los últimos meses viajando en otoño e invierno de México y Estados Unidos. Luego de ensamblar las bicicletas, salimos pedaleando del aeropuerto a casa nuestra anfitriona, Rita, cerca de las 10 p.m., quien vive cerca del centro limeño. Afortunadamente, planeamos la ruta con ciclovías y la llegada a casa de nuestra anfitriona estuvo libre de sucesos lamentables. 

Como muchas capitales, Lima cuenta con un circuito de buenas ciclovias. Algunas, como la de la foto, en mejor estado que otras.

Con la escolta limeña, armada gracias a Rita (de amarillo), logramos salir rápidamente de la capital.

Ya en la Panamericana (1S) rumbo a Mala.

Con un par de días en la capital peruana, decidimos partir al sur hasta Nazca para subir a la Sierra Peruana. Y al parecer nos fuimos en el momento correcto, ya que alrededor del 15 de marzo: el fenómeno de El Niño costero  se empieza a extender a las zonas más cercanas de Lima, y a esta misma, manifestándose especialmente con huaicos y ocasionando masivos cortes de agua, especialmente en zonas densamente pobladas.

La intensidad de precipitaciones en la Sierra nos lleva a la decisión de subir a la Cordillera por Nazca (450 kilómetros más al sur de Lima) y no Pisco>Ayacucho o Lima>Huancayo, postergando por al menos una decena de días las lluvias serranas, ya que estas deberían terminar a finales del verano en esa región. A pesar de tener que pasar unos días extras pedaleando por la Panamericana y bajo el calor costero, ya sabíamos a lo que nos enfrentábamos: un camino monótono y ventoso, conocimiento basado de la experiencia por el mismo camino en el 2015. Pero con la ayuda de nuevos y antiguos anfitriones de Warmshowers el recorrido se hizo más pasable.

En chincha nos hospedo Johana (de polera gris) y su familia, por medio de Warmshowers.

El Niño se deja ver: cerca de Pisco, podemos ver que las quebradas y rios corren con más agua.

A unos kilómetros al sur de Ica, esta quebrada se salio del cauce y tuvimos que mojarnos los pies para pasar.

Desde Lima a Nazca pasamos 5 días pedaleando (sin contar las detenciones) pero solo una noche acampamos, en los cerros cerca de Palpa. Con el tiempo en total llegamos a Nazca el 24 de marzo, pero el cambio de estación no hace que El Niño se aleje, así que nos detenemos en esa ciudad por tres días a la espera que las lluvias pasen y partir hacia las añoradas tierras altas. Salimos el 29 de marzo con destino Abancay, capital del departamento de Apurímac, siguiendo la ruta 26A. Los primeros 100 kilómetros son los más difíciles, ya que en esa distancia se asciende de 520 hasta 4000 metros de altura, un ejercicio no practicado en mucho tiempo. La inclinación fue violenta, sobre todo con todo el tiempo que pasamos en el litoral y el peso extra de alforjas llenas de comida y agua para esta zona un tanto aislada. Tan sólo en Santiago de Vado (120 km. de Nazca, en el departamento de Ayacucho) hay comercio lo suficientemente grande para abaratar costos, pero recuerden: son 120 km en subida. Sorpresivamente, entrando a la Reserva Pampa Galeras-Bárbara D’Achille y pedaleando bajo lo que ya sería una tormenta, un hombre conduciendo una camioneta nos ofrece quedarnos en el refugio de la Reserva. Cuando buenos viajeros con presupuesto, la palabra mágica fue GRATIS para convencernos a usar su ofrecimiento. Nos quedamos dos noches ahí, aprovechando tener un techo para pasar la lluvia. Al parecer El Niño no quería volver del recreo.

A varios kilómetros al este de Nazca, por la Ruta 26A, y el camino comienza a serpentear hacia arriba.

Por el mismo camino, más arriba, el desierto parece quedar atrás y el verdor tiñe el paisaje.

Entrando a la Reserva se empiezan a ver decenas de vicuñas.

Sylvain revisando una de las bicicletas dentro de las instalaciones de la Reserva.

La Reserva Pampa Galeras es la principal zona de conservación de vicuñas en Perú, donde es símbolo patrio. En la foto, una cría rescatada que vivía en las instalaciones. Se esperaba que, después de su destete, podría ser integrada a vivir con sus pares de forma libre.

Las construcciones, un tanto abandonadas pero funcionales, de la Reserva nacional Pampa Galeras-Bárbara d’Achille, Perú.

Abra Condorcenca a 4390 m.s.n.m.

Después de pasar el Abra Condorcenca a 4390 m.s.n.m. en la ruta 26A para luego descender hasta Santiago de Vado para luego volver a subir más allá de Puquio y llegar a una zona alta que se mantiene por unos 100 kilómetros sobre 4000 metros de altura: no exactamente el mejor lugar para permanecer durante una tormenta. Favorablemente pasamos esta área sin problemas y cerca del límite con el Departamento de Apurímac encontrarnos con una nueva oportunidad de hospitalidad a 4234 m.s.n.m.: en el Tambo Huray Huma, una oficina del Ministerio Vivienda que entrega orientación a los pobladores rurales de la zona y, de vez en cuando, alojamiento a viajeros. En este recinto nos dejaron dormir bajo techo, usar la electricidad y agua de la llave: un alivio para el frío altitudinal y la tormenta serrana que nos acompañó. NOTA: Para saber el punto exacto de este lugar, revisen la aplicación llamada iOverlander.

Laguna de Yaurihuiri, Ayacucho, Ruta 26A.

Laguna Apiñacocha, Ayacucho, Ruta 26A.

Valle del Rio Huanca, al limite departamental entre Ayacucho y Apurímac.

Al frente del Tambo Huray Huma, con Jordan y Forest, viajeros estadounidenses y su medio de transporte.

Como cortina trasera del Tambo existe un abundante bofedal, hogar de llamas y flamencos.

Jornada siguiente continuamos hasta el Abra Huashuccasa (4300 m.s.n.m.) para bajar al extenso valle del rio de Pachachaca. El camino baja suavemente hasta los 1800 m.s.n.m. y con una perspectiva rodeada de verdor. Pero muchas veces lo bueno tiene su lado malo: llegamos a una altura favorable para los insectos, específicamente de hematófagos (tal vez del género Lutzomyia) que cómodamente vivían ahí, como también se alimentaban de nosotros.

Abra Huashuccasa deja al descubierto el valle del rio Pachachaca.

Rio Apurímac.

Próxima parada: Abancay. Para llegar ahí, tuvimos que subir unos 15 kilómetros entre un tráfico denso con el comportamiento vial urbano del Perú, es decir, ciclistas y peatones pierden preferencia: si el motor suena tienes el camino abierto a pasar y con el bonus track de deleitar el resto con una sinfonía de bocinas *Sarcasmo*. La ciudad en sí no es de las más bellas que hemos visitado y francamente muy decepcionante para una capital de departamento, pero estar en medio de tantos cerros entrega cierto encanto, además de un clima más agradable. Aprovechando esto hicimos una inversión y pagamos un hostal por dos noches allí, lavamos ropas y nos zarpamos un patache: pollo spiedo con papas fritas. Otro punto bueno, es que el tiempo comenzó a tornarse más de acuerdo a la estación, esto es, con menos lluvias. 

Abancay desde arriba. Ruta 3S.

Cuyilandia.

Cusco no es lejano a Abancay, menos de 200 kilómetros de hecho con la ruta 3S, sin embargo hay dos subidas que cruzar: la primera es mayor (Abra Sorllaca a 4000 m.s.n.m.) y desciende hasta el Rio Apurímac, para volver a escalar hasta 3715 m.s.n.m. (Abra Huillque). Aun con esta dificultad, logramos hacer este trayecto en tres días, pero, siendo justos, el camino está en buen estado y con bermas de tamaño regular para circular sin tener que competir por espacio. La entrada a Cusco fue otra cosa, calles en pésimo estado y atiborradas de buses parando en cada esquina, así como una cantidad de perros vagos altísima, en su mayoría muy agresivos. Además, entre ambas ciudades, es difícil de acampar, ya que la población rural es grande y encontrar un punto discreto para descansar es raro, pero no inadmisible. 

Llegamos a la turística ciudad de Cusco (3400 m.s.n.m.) sin ánimos de visitarla, salvo descansar, comer, lavar ropa y arreglar las bicis, lo usual. Nada de Machu Picchu ni ninguna ruina, de ninguna forma íbamos gastar tanta plata para visitar un lugar lleno de gente. La gran excepción fue Teotihuacán en México, pero el precio entre ambos lugares no se compara. Además no nos sentimos cómodos con nuestra anfitriona Couchsurfing en Cusco, así que no quisimos extender más nuestra estadía.

Primera vista desde Cusco.

El 16 de abril nos fuimos de la otrora capital Incaica con orientación a Bolivia por la ruta 3S hasta Pucará, departamento de Puno. Para entrar a este país teníamos tres opciones, todas aledañas al Lago: Tilalí en el norte, Copacabana en el medio y Desaguadero en el sur de la ribera. Estos dos últimos son los que tienen mayor tráfico, debido a que el camino está en un estado superior y por tener puntos turísticos marcados, como las ruinas de Tiwanaku (Bolivia) y las islas flotantes de los Uros (Perú). Por ello, elegimos el camino del norte. Este (de acuerdo a la experiencia de Sylvain) es menos concurrido y como ya lo habíamos hecho en el 2015 ¿por qué no repetirlo?, sobre todo ahora que instalaron una oficina de migración en Tilalí, operando desde febrero del 2017, haciendo el trámite de salida mucho más sencillo. Antes, había que ir hasta Puno a conseguir el sello de ingreso o salida de Perú.  

Saliendo de Cusco vemos esta Iglesia atiborrada de fieles. Habiamos olvidado que ese domingo era de Resurección.

El itinerario por la ruta 3S desde Cusco es un ascenso progresivo de 160 kilómetros hasta el límite departamental, en un paso llamado Abra La Raya (4312 m.s.n.m.). A lo largo del camino los paisajes son hermosos pero persiste como muchas veces el inconveniente a la hora de encontrar un lugar para acampar, sobre todo en el ascenso.

Por un rincón de un poblado cusqueño, identifico un grafitti que dice «titiribici». ¿Será el mismo  que hospedamos en Chile?

Ch’iyar Jaqhi nevado.

Ultimo paso en Perú, entre Cusco y Puno. (No comentaré ningún chiste por el nombre para no ser tan obvia con mis compatriotas).

Escaleras terrenales al cielo.

Luego del Paso, nos mantuvimos cerca de los 4000 m.s.n.m., lo usual para el altiplano. Para nosotros era obvio que había que encontrar un camino alternativo para llegar a Tilali que no signifique pasar por Juliaca y luego a Huancané. Juliaca no es exactamente encantadora y, puntualmente, la urbe carece de empatía para tránsito no motorizado. Además el camino a Huancané carece de berma y está llena de minibuses a alta velocidad. Con estos antecedentes recopilados del 2015, a unos 45 km al norte de Juliaca, por la ruta 34B tomamos un atajo con varios caminos de ripio, cruzamos un puente peatonal y navegando, gracias a la aplicación MAPS.ME, llegamos a la ruta 34 H y luego a la 34I, ambas bordeando el Lago Titicaca. Para ser un atajo improvisado nos fue bastante bien: al final de la jornada logramos llegar a una plantación de eucaliptos y descansar bien. La misión del día siguiente fue pasar el control de migración en Tilali y acampar en el mismo lugar de septiembre del 2015, a metros de la frontera con Bolivia, lo cual fue terminado con éxito.

Aunque no teníamos muy claro de este atajo por caminos de ripios logramos sortear el primer obstáculo…

…y ya con el Lago Titicaca a la vista, y probablemente varias horas ahorradas, damos por exitosa la misión.

La pedaleada desde Huancané a La Paz no hubo mayores sorpresas: el inclinado camino de ripio seguía en la frontera de ambos países, así como la oficina de migración en Puerto Acosta, Bolivia, a la que llegamos el 22 de abril. Luego de que nos alejamos del camino aledaño al lago el pedaleo se volvió más anecdótico: desde Achacachi hasta La Paz surgieron varios arreglos viales y el tráfico se puso muy denso por lo mismo, así como la autopista que une El Alto con La Paz estaba bajo construcción, dejándonos sin berma, sumándole la lluvia que nos acompañó hasta la Casa de Ciclista, donde arribamos el 24 de abril. Pero sabiendo que hay un lugar donde refugiarnos todo esto no pareció tan malo. Volver a tomar una ducha caliente y comer una comida sabrosa recompensa muchos aspectos, así como la espectacular vista de la Cordillera Real, la corona que adorna esta encantadora ciudad.

«Jamás mujeres al poder» 🙁

Bordeando el lago para ir a Bolivia.

Monolito que distingue la frontera peruana-boliviana al norte del Titicaca.

Al entrar a Bolivia comienza el camino de ripio que dura unos 7 kilómetros hasta Puerto Acosta, donde se encuentra la oficina de Migración.

Cerca de Puerto Acosta hay que cruzar un arroyo, muchas veces el camino parece que es imposible pero si se puede hacer.

Llegando a Puerto Acosta, primer poblado de Bolivia en esta trayectoria.

¡Hasta pronto, Titicaca!

Con harto trabajo, logramos acampar en un área aledaña al lago por el lado boliviano. Esta parte tiene varios parches de eucaliptos que sirven para camuflarse. En este tuvimos que empujar colina arriba para alcanzar el escondite.

Cerca de Achacachi, Bolivia, comenzamos a ver más clara la Cordillera Real.

También observamos muchas botellas de alcohol puro tiradas por el camino. Sospechamos que es bebido, ya que fuimos testigos de esta práctica.

La entrada a El Alto se encuentra bajo construcción, añadiendo más desorden a esta ciudad. Sin embargo, nada nos detiene: estamos muy cerca de La Paz.

 


Desde Chungará hasta La Paz – De vuelta a Bolivia.

Después de haber pasado varios días con la incertidumbre de que podría llover en nuestro recorrido altiplanico chileno, llegamos al complejo fronterizo de Chungará en Chile totalmente secos. Allí buscamos el timbre de salida para el pasaporte, y también agua para poder cruzar a Bolivia esa misma tarde (nuevamente les recuerdo: el agua no siempre es potable en este país).

El agua la conseguimos en el reten de Chungará. Ahí conocimos al teniente Sepúlveda, un joven carabinero que nos dio un montón de comida (¡muchísima!), en forma de raciones de marcha y con quien conversamos un rato sobre la vida en general.

Después de esta charla partimos al control de aduana, donde debimos completar un formulario de descripción de nuestras pertenencias, concentrándonos principalmente en las bicis. Le pregunte al oficinista porque hacían esto, y me respondió que era reciente, para evitar el contrabando; entonces, con este formulario se debe volver a Chile, y lo mismo cuando uno entra y sale del país En resumen: complete el papel y cuídelo para entregarlo en la próxima aduana, o puede ser acusado de contrabando. De las consecuencias no sé más.

Yo explique nuestra situación al oficinista, de que no sabemos cuando volveríamos, y me dijo que tenemos que mandar una prorroga unos 10 días antes del vencimiento del documento, que son 6 meses (si mal no entendí).

-La información oficial se encuentra en este link.-

Volcan Sajama, en el parque nacional con el mismo nombre.

Volcán Sajama en Bolivia, en el parque nacional con el mismo nombre.

Por supuesto, en la aduana de Bolivia todo es mas sencillo, pero nuevamente nos dan solo 30 días de estadía, los cuales se pueden ampliar en las oficinas de migración que hay en cada capital departamental, si es que así lo quieren.

De vuelta a la ruta, en el tramo de Tambo Quemado hasta La Paz acampar puede ser un reto, debido a la continua presencia de pastores de llamas, alpacas y ovejas. El camino tiene berma pero prepárense para un trafico pesado, sobre todo de camiones. Y esos bocinazos continuos vienen de yapa también.

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La berma se hace a veces muy ancha…

... y a veces más angosta. Pero siempre está.

… y a veces más angosta. Pero siempre está.

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Primera vista del Rio Desaguadero.

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Cerca del río Desaguadero, se pueden ver los Chullpares, conjuntos arquitectónicos funerarios construidos por los señoríos Carangas entre 1200 d.C. y 1550 d.C. Representaban el culto a los muertos y ancestros. Los que nosotros vimos, estaban hechos de barro, pero también se construyeron en piedra.

Llegando a el cruce con Patacamaya, finaliza la ruta 4 y comenzamos el camino hacia La Paz por la ruta N° 1. Acá empieza lo que nosotros llamamos “el pueblo sin fin”, es decir, la presencia continua o permanente a lo largo de la ruta de casas y poblados, pero aunque nos toca el viento de frente o costado, afortunadamente no tenemos que permanecer mucho tiempo en esta ruta y al día siguiente nos acercamos a La Paz.

El pueblo sin fin...

«El pueblo sin fin»- típica vista desde la Ruta 1, entre Patacamaya y La Paz.

En la tarde del 9 de septiembre entramos a El Alto, municipio vecino de La Paz.

Welcome to the Jungle (El Alto).

Welcome to the Jungle (El Alto).

Como Sylvain ya había venido a El Alto, me advirtió que el trafico de esta ciudad era muy malo, y que los conductores no respetan las reglas, así que tuviera cuidado. Y con advertencias y todo no me salvé de tener un encontrón con un chófer de un trufi (van de pasajeros que domina el trafico en El Alto y La Paz) en una de las arterias principales: el trufi paro en la esquina dejando dos pasajeros, luego siguió y yo me metí por su derecha, donde paro nuevamente (a 5 metros de su anterior paradero) y me puso el vehículo encima, tocando el manubrio de mi bici. Pare, deje la cleta en el piso y con la adrenalina a full luego del susto procedí a dejarle una buena chuchá al frente de sus pasajeros. Si, puede que yo no haya estado conduciendo en el lugar más idóneo para un ciclista, pero créanme que para llegar a La Paz hay pocas vías y ya es hora de que exijamos respeto por medio de nuestra presencia, ya que yendo por la vereda perdemos la batalla contra los motorizados.

Luego de esta rabia que pase, entramos a la autopista que nos lleva directo a La Paz. Y esto fue super bueno para descargar un poco el enojo, porque el camino va 100% en bajada y se tiene una vista espectacular de la ciudad.

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Vista panorámica de La Paz. A la Izquierda se aprecia el teleférico, orgullo de la ciudad. Al centro: la cordillera Real.

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Bajando por la autopista hacia La Paz, con el nevado Illimani atrás.

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Yendo por la autopista, la alta presencia de Eucaliptus nos recuerda a la region del Bio Bio.

Llegar a casa de ciclistas en La Paz fue un alivio por dos razones: primero porque tendríamos un lugar donde descansar y tomar una ducha caliente, y segundo porque al fin conocería la famosa casa, de la cual Sylvain me había estado hablando desde que nos conocimos allá en Concepción.

La casa de ciclistas de La Paz es una vivienda administrada por un paceño, donde ciclistas que vienen de todo el mundo se pueden alojar por un módico precio (no puedo revelar la dirección, así que use google y mandé un e-mail a Cristian Conitzer). Eso si, tienes que viajar en bici, no cuenta que seas ciclista en tu ciudad. Y es esta la condición que hace que esta casa se transforme en un lugar especial: donde conocí gente muy amable así como interesante.

Una de esas personas que en particular marco nuestra estadía en la casa fue Justin Moreno, un pintor inglés (además que habla a la perfección francés y español) cuyo talento solo se equipara con su carisma. Si necesitan un retrato, Justin es el hombre que deben buscar. ¿No me creen? miren:

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Que su cara chistosa no los engañe. Justin pinto este retrato (aun no acabado) a pedido de un músico gringo, cuando estuvimos en la casa; de esta forma se costea el viaje y su vida en general, porque es su trabajo. Yo espero poder volverlo a ver para que nos haga un cuadro.

Y como un especial regalo de cumpleaños pude pasarlo, ademas de mi compañero de camino, con personas muy lindas en una ciudad tan llena de contrastes.

Comida china cumpleañera, junto a Laetita y Justin.

Comida china cumpleañera, junto a Laetitia y Justin.

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Laetitia y David cortando la torta que Sylvain compró. La que ellos fabricaron es la de frutillas. Ñam ñam.

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Después de la cena de cumpleaños, los cicloturistas felices comiendo pastel. De Izquierda a derecha: Clint, Gregoire L., Kathy, Gregoire C., Laetitia, David, Luz, Justin, Sunny y Sylvain. ¡Muchas gracias a los cocineros de la France!

¡Ah! muy importante : el día en que cumplí 30 años, Sylvain le dijo adiós a 7 años de pelo.

Antes

Antes

Durante

Durante

Despues.

Después.

Cambio Radical pero maravilloso para un hombre fuera de este mundo. ¿Que opinan?

Y como no?! Teniamos que usar al menos una vez el teleferico antes de irnos.

¿Y como no?! Teníamos que usar al menos una vez el teleférico antes de irnos.