Cruce del tapón de Darién: lo bueno, lo malo y lo feo.
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Cuando se piensa cruzar Latinoamérica llega el dilema para todos los viajeros que usan sus medios de transporte, el llamado Tapón de Darién, zona selvática comprendida entre Panamá y Colombia que corta en dos la Panamericana. Allí no hay caminos, cero. Los motivos del porqué no existe una continuidad en esta carretera en esta zona son varios: desde razones topográficas hasta las sociales, como mantener a raya el flujo de inmigrantes (cubanos, congoleses, etc.) que se dirigen al “sueño americano”. Aunque la inexistencia de un camino como tal entre estos dos países limita el tránsito no significa que lo eliminan. Sobre este último punto me extenderé más adelante.
Todo lo anterior nos lleva a buscar alternativas a nuestras queridas cletas. Existen tres opciones, con variados precios y comodidades: (1) el cruce en veleros mayoritariamente estadounidenses, que llega a costar hasta US$ 600 por persona, (2) el cruce en avión ruta Colombia-Panamá, que bordea los US$ 200 (solo por pasajero, no incluye la carga), y el más barato y elegido por nosotros: (3) el cruce con tres lanchas de motor, que puede llegar a costar alrededor de unos US$ 200, todo incluido.
Dado que todo lo anterior que describo pueden encontrarlo fácilmente en Google, les contaré nuestra experiencia (marzo del 2016), con todo lo bueno, lo malo y lo feo.
Una vez en Turbo, Colombia, nos costó encontrar alojamiento. Hay muchas opciones de hospedaje dada la situación de esta ciudad como “puente” lanchero hacia Panamá, pero el día de nuestra llegada estaba todo copado, excepto un lugar de COL$ 40.000 por habitación, el más caro que pagamos en tierras cafeteras. En todo caso, sigue siendo más barato que Chile.
Solucionado el tema del alojamiento viene lo más complejo y empezamos a buscar una forma segura y barata de llegar a Capurganá, pueblo fronterizo del caribe colombiano donde está la oficina de migración. Esto no es sencillo. Bueno, en realidad si lo es cuando se viaja con lo mínimo (una mochila, por ejemplo).
Después de ir al muelle “el waffe” y conversar con la gente de una empresa que no nos garantiza ni la forma en que deben ir nuestras cletas (quizás hay que desarmarlas) ni la cantidad de plata que costará, optamos por buscar alguna empresa más profesional en Internet. ¡Voilà! La empresa que da respuesta a todas nuestras inquietudes se llama Ecoviajes Darién, quienes poseen un catamarán que hace viajes turísticos hacia Capurganá tres días a la semana. Con todo más claro y puestos reservados, partimos al muelle a tomar el transporte el 3 de marzo. En relación al costo, el pasaje por persona cuesta 70 mil pesos colombianos. Al principio nos dijeron que iban a cobrar por equipaje (es decir por su peso) y bicicletas, pero con el apuro de la tripulación solo nos cobran los pasajes. Lo mejor es que nuestras bicis quedan amarradas a una de las estructuras del catamarán, una maravilla considerando los fuertes “coletazos” que hace la embarcación. DATO: Si tienen el estómago débil, siéntense lo más atrás posible. Yo lo tuve que hacer. Al menos pude retener el desayuno.
Luego de unas 2 horas de viaje desembarcamos en Capurganá cerca del mediodía. Allí se nos acerca el encargado de migración, quien dice que somos bienvenidos a sellar nuestros pasaporte en la oficina el día que deseemos, pero que tenemos que tener claro cuando nos vamos a Puerto Obaldía, Panamá. Sellamos el pasaporte durante la tarde para partir al día siguiente, al parecer las lanchas salen de lunes a domingo y se llenan rápido (las que vi tenían capacidad de hasta 10 pasajeros).
La jornada del viernes 4 de marzo parte temprano, porque las lanchas salen cerca de las 8 am y hay que pesar la carga antes de salir. El costo por pasajero es 30 mil pesos colombianos, 20 mil pesos por bicicleta y la carga cuesta 800 pesos por kilo, con los primeros diez sin costo. El redondeo post- negociación nos ayuda y pagamos al final 40 mil pesos por la carga. Solo pude negociar con el precio del equipaje y esto se puede porque los lancheros no dan recibo por ningún servicio.
CONSEJO: Hay que poner atención con la forma en que cargan las bicicletas y remover todas las partes de acero porque el agua salada hará su trabajo destruyendo. Días antes conocimos a una pareja de cicloturistas franceses que hicieron este mismo recorrido y que lamentablemente una de sus bicis quedó con el desviador trasero totalmente inutilizable, ademas de una parrilla más algunos de los rayos destrozados por el forcejeo de ciertos pasajeros al remover parte del equipaje, sumado al azote de la lancha en el viaje (las bicicletas iban en la proa, donde más se agitan los botes). Las alforjas deben ir bien cerradas y viajen con sandalias (o cualquier tipo de calzado que sea sencillo de lavar) porque este tramo es corto pero agitado y mojado.
Después de más o menos una hora de viaje llegamos a Puerto Obaldía, Panamá. Ahí nos recibe el SENAFRONT, organismo que resguarda las fronteras del país y que revisa la carga de todas las embarcaciones. Lo que más me llamó la atención es que te revisan, pero no te dicen lo que buscan, a menos que les preguntes, aunque lo primero que se me podría pasar por la mente son drogas ilícitas ¿o no?. A los mochileros que viajaban con nosotros les hicieron abrir todo el equipaje (¿será que hay un prejuicio o solo antecedentes?) y para qué decir de los colombianos. Por nuestra parte, solo nos revisan con un perro antinarcóticos.
Luego de la revisión, vamos a la Oficina de migración de Panamá, donde nos entregan el sello de entrada, además nos toman las huellas dactilares y una fotografía. Para hacer este trámite también hay que llevar una fotocopia del pasaporte, específicamente las pagina con la información del viajero. Recomiendo sacar esta copia de antemano, para abaratar costos.
NOTA: la divisa panameña es oficialmente el balboa, pero se usa el dólar estadounidense. Los balboas son solo las monedas (si, yo tampoco entiendo este sistema, pero funciona).
Oficialmente en un nuevo país, vamos a un lugar tranquilo para secar nuestras ropas y relajarnos al haber pasado la segunda fase de este transito no bicicleteable. Las ofertas de lanchas que salen a Carti se dejan caer solas, pero preferimos pasar la noche ahí y esperar al día siguiente. No hay apuro…por ahora.
En la noche acampamos a un costado del pueblo, cerca del vertedero de basura, ya que esta pequeña localidad es llegada de cientos de cubanos que usan Centroamérica como acceso a Estados Unidos, donde tienen la facilidad de obtener permanencia definitiva gracias a la Ley de Ajuste Cubano, un mecanismo que desde 1966 permite la entrada de los isleños a tierras gringas. El tema de la población flotante en Puerto Obaldía es tan trascendente que esta presente en los medios continuamente. Acá tan solo un ejemplo que explica de mejor forma lo que observamos.
El día siguiente llega, pero no sale ninguna lancha a Carti. Nos empieza a preocupar que el tema de la salida de este “limbo ” va a tomar más tiempo, pero el próximo vuelo en avioneta hasta ciudad de Panamá sale en 10 dias más, y sin cajero automático ni comida suficiente no nos queda otra que seguir con el plan de viaje marino, ahorrar comida y plata. Los vuelos en avioneta son diarios, pero la mayoría de los cubanos usa este medio para seguir su camino, por lo que los cupos se llenan rapidísimo.
El sábado sigue su curso y nada pasa. Llega el domingo y se ve una lancha llamada “Idayana 2”, viene desde Carti con tres cicloturistas. Sylvain charla con ellos un poco, parecen satisfechos con el servicio y sus bicicletas llegan en buen estado, ya que la embarcación tiene un espacio en la proa suficientemente grande para ubicar las cletas derechas; el situar las bicicletas acostadas podría poner en riesgo la integridad de ciertas partes, como las parrillas.
Me acerco a conversar con el encargado de la lancha, me ofrece un precio de US$ 150 por cada uno para llevarnos hasta Carti. El precio incluye el traslado de la bicicleta y el equipaje. Le digo que si me puede hacer una rebaja, me dice que no hay problema siempre y cuando llenemos la lancha, es decir, encontrar al menos 5 personas más. Como no tengo poder de persuasión, espero que el tiempo pase; estando dos días mirando la playa con la gente ir y venir, sé que seguirán llegando más personas que van a Carti. La realidad es que al día siguiente la lancha esta lista para partir con 5 pasajeros más.
Con el precio “ganga”, de acuerdo al lanchero, de US$ 125 por el trayecto que se mueve por medio del archipiélago de San Blas, entregamos nuestros pasaportes para iniciar un tramite que nunca llegué a entender para qué, sin siquiera recibir un recibo por el pago. Es decir, la única garantía que tenemos es que el lanchero se acuerde de nosotros. Confianza le dicen algunos; para mi una falta de respeto con el cliente, sobre todo si al volver entona: “¿me pagó?. La Paty Cofré que fluye en mis venas se mantiene solo en mis pensamientos: “¡Weón, te pasé 250 dólares en efectivo, no me preguntí weas!”.
En la espera de salir, se acerca un hombre, que nos pregunta si vamos a Carti. Nos avisa que hay que pagar un peaje de US$20 para pasar por las islas, que la comarca Guna Yala, que el permiso, que vamos a pagar el doble si no lo hacemos en Puerto Obaldia, etc. Me enfurezco, porque luego de casi 4 días esperando allí es primera vez que oigo de esto y me parece una estafa, sin embargo le respondo con calma que no vamos a pagar, y que cualquier problema lo arreglaremos después, porque ya bastante plata estamos gastando por el viaje y apenas hemos comido en tres días con los precios que hay en el pueblo (5 dólares por un plato paupérrimo de arroz con atún que seria una vergüenza hasta para un estudiante universitario). Más tarde entendí que todo el tema del transporte de lanchas en esa zona es manejado casi exclusivamente por gunas, etnia de esa zona.
Esquivando el tema de la cuota y hecho el trámite del lanchero, salimos casi a las 11am, cuando debimos haber salido a las 8am. Pensé «¡Paciencia! quizás lo mejor esta por venir y aún podemos llegar a Carti durante la tarde, ¡vamos que se puede!». Mi optimismo inicial deja de lado el hambre que hemos sentido durante 3 días -solo el desayuno fue una comida apropiada- y se ve acentuado por la belleza del archipiélago y la tranquilidad del agua en la mayoría del tramo. Converso con Sylvain, tratamos de dejar atrás la espera e incertidumbre, disfrutamos del paisaje.
El lanchero hace dos paradas: una para obtener gasolina y otra para pasar a la isla de su papá. Si, leyeron bien. Su padre tiene una isla, de esas como de postal o afiche de agencia de viajes: palmerita, arena blanca, mar turquesa. Ahí nos bajamos y luego de casi media hora seguimos el viaje. Son cerca de las 4pm y quizás aun hay tiempo para llegar a Carti. A lo lejos vemos un poblado en la costa, ¡ahí está!, a unos 500 metros o menos quizás, pero la lancha empieza a doblar a la derecha y entra a una isla hacinada de palafitos. Le pregunto al lanchero qué cuando vamos a Carti, necesitamos llegar hoy. Me dice que no, mañana partimos. ¡¿Qué?! ¡Esto parece un mal sueño que no termina! El lugar donde nos lleva el lanchero es un bar/hospedaje de mala muerte donde convenientemente él es el dueño. Lamentablemente, como este lugar es una isla, está super hacinada y no se puede acampar afuera, así que optamos por esperar que el bar cierre a las 10pm y dormir en el piso, porque no vamos a pagar más plata por la deficiencia de nuestro transportista.
Llega el martes en la mañana y no dirigimos más palabras con el lanchero, solo queremos llegar y pedalear, porque sabemos que alguien nos espera con alojamiento en ciudad de Panamá.
Al fin arribamos en el muelle de Carti. Desembarcamos y empacamos nuestra carga en las bicicletas. El esperado pedaleo se viene. No pasan ni 10 minutos y alguien nos pide que paguemos US$2 por el uso del muelle, a lo que respondo que no nos corresponde porque no decidimos llegar a este muelle, tampoco hay letrero que explique sobre esta cuota. Acá comienzan los problemas más serios. Empujamos nuestras bicicletas hacia el camino y un hombre se acerca insistiendo sobre el pago del impuesto. Le explico que no lo voy a pagar, que eso le corresponde al lanchero -¿desde cuando los pasajeros pagan peajes?-, que ya me voy y que si tiene cualquier problema con nosotros, que llame a la policía (¡así de chora!). Entonces comienza a empujar mi bicicleta hacia atrás por el manubrio, yo hacia adelante, se suma otro hombre a hacerme lo mismo. El forcejeo se hace más fuerte y conmigo tratando de explicarles que no voy a pagar. Vale destacar que a Sylvain nadie lo retiene, al parecer los hombres gunas (de más o menos mi estatura) tienen miedo de encararlo con el pago.
Sigue el forcejeo, hasta que el mayor de ellos, y al parecer el que esta a cargo de los cobros, me empuja fuertemente por el hombro, lo que hace que casi me caiga con la bici. Sylvain reacciona a defenderme, deja su bici en el piso y corre a empujar al hombre gritándole “¡no toques a mi esposa!”. Inmediatamente unos cuatro hombres agarran a Sylvain y lo tiran al piso, el que me empujó le tira un certero golpe en la cara, con lo que le corta el labio a mi flaco. Pareciera que el hombre filtra su violencia por el hecho de que hay muchos testigos, podría ser malo para el negocio. El forcejeo dura unos 2 minutos y se mezcla con los comentarios de mochileros, algunos defienden el impuesto, otros solo quieren detener la trifulca, algunos graban con sus smartphones (un souvenir más).
-Un pequeño parentesis con una información importante: la mayoría de los mochileros que viajan a esta parte de Panamá, vienen desde la ciudad con agencias de viajes, es decir, saben los costos de casi todo. En su mayoría escuche voces insistiendo que pagáramos el impuesto, que es justo porque es territorio guna. Yo creo que solo les parece muy barato, por eso solo «se bajan los pantalones” con los costos usureros de esta zona. –
Al final, un hombre, que no parece guna y con acento panameño paga los 4 dólares porque le da vergüenza la escena. Bueno, a mi me da vergüenza que el gobierno panameño no controle los cobros de esta zona ni que los precios estén establecidos en letreros, como se da en muchas áreas protegidas alrededor del mundo. Luego me enteraría que la Comarca Guna Yala es un territorio autónomo, con sus propias reglas, es decir, ellos pueden cobrar lo que quieren porque ahí no hay control policial y la gran parte de la gente le parece bien porque es un lugar bien lindo, de eso no hay duda. La comarca es algo así como un Far West del Caribe, excepto que las armas (con exposicion explícita) son reemplazadas por la intimidación y usura.
Después de pasar el peor momento de todo nuestro viaje, empezamos a pedalear. Me detengo y comienzo a llorar por miedo. Nunca había sentido tanto temor en tierras ajenas, ni siquiera en Colombia, país que tiene una pésima fama de inseguridad pero (al menos bajo nuestro experiencia) mal argumentada. La intensa sensación de angustia me acompaña todo ese día, la atribuyo a la poca protección que sentí y a las reacciones violentas que tuvieron los comerciantes contra nosotros. Por mi fortuna cuento con el apoyo de Sylvain, quien a pesar de lo anterior me dice que se encuentra bien y que todo esto solo le hizo recordar sus días de Rugby 🙂
Ese jornada fue de pedalear poco, por el calor, la inclinación exagerada del camino, los ánimos post-altercado y el hambre que ya se extiende por 5 días. Acampamos y descansamos bien, a pesar de sentirnos blanco de posibles ataques, ya que aún no salimos de la Comarca.
Al día siguiente, nuestros ánimos parecen mejorar, el camino es muy difícil y cada kilómetro avanzado es un logro, a pesar de que tenemos que empujar y no pedalear en muchas partes. Cerca del mediodía vamos avanzando cuando vemos que un hombre a lo lejos nos filma con su teléfono desde la mitad del camino. Resulta ser un inspector en su puesto de control, nos pregunta si nosotros fuimos los que le pegamos a su compañero, yo le respondo que ese ataque fue en defensa de mi persona. Deja de grabar. Le pregunto que es lo que quiere. Me dice que debemos pagar una cuota de transito, que todo el mundo que pasa por ahí la paga porque es una área protegida. ¿Se acuerdan de ese hombre en Puerto Obaldia que les mencione? Bueno, tenia razón, la cuota de transito es de 20 dólares y allí estábamos en el lugar donde se debe pagar. Esta vez tomamos la opción de dialogar y no avanzar en contra de la voluntad de los encargados. La verdad es que no se puede negociar, así que pagamos, nos dan un recibo y seguimos. Además en el lugar debe haber 10 hombres intimidando con su presencia para que el pago se efectúe y no queremos más golpes gratis.
Ya entrada la tarde llegamos a la Panamericana y comienza el trayecto hacia Ciudad de Panamá. Después de todo lo anterior, andar por esta ruta parece un paseo por el parque y lo acompaña con un gran respiro de alivio. Nunca más me repito esta experiencia.
EPILOGO
Luego de descansar el tema por al menos dos meses (entrada escrita en mayo 2016) hay varias conclusiones y observaciones que sacamos de esto:
La primera es que luego de leer varios blogs de viajeros haciendo el mismo trayecto nadie menciona el tema de los impuestos, y es por eso que me decidí a escribir tan extensamente sobre el recorrido. Esto debería quedar más claro, especialmente para los que viajamos desde Sudamérica. Este trayecto es caro y viniendo desde el sur, no estamos acostumbrados a llevar tanta plata con nosotros. Y, al contrario de la información que recopilamos de otros blogs, viajar en avión Medellín-Panamá (o viceversa) si es más barato.
Aconsejo ser paciente con el tema de los pagos, nosotros no lo fuimos y miren lo que pasó. Sin embargo recomiendo para NADA hacer este recorrido, pero si planean hacer esta experiencia como parte de un gran viaje en bici por América, lleven una gran cantidad de plata, a pesar de que los precios de los viajes en lancha se puede negociar. Recuerden, no esperen recibos o comprobantes. Quizás esto ultimo no es importante para muchos, pero como hija de contador el tema de los comprobantes e impuestos lo tengo incrustado en la crianza, y quizás hasta en el ADN.
Aunque cometimos varios errores al no informarnos de la situación particular de la Comarca Guna Yala, debo mencionar que me parece incorrecto que el gobierno panameño no meta mano en el tema de los cobros hacia turistas, sobre todo si no hay ninguna opción segura de realizar el recorrido por tierra en el Darién. La comarca debe ser quizás una de las regiones más pobres de Panamá, pero todos los días entran miles de dólares por turismo que quedan en manos de pocas personas y los impuestos son imaginarios, digo esto porque no hay facturas ni ningún comprobante, los cobros generan lucro y no retribuyen lo suficiente a la mayoría de los pobladores. Es cosa de ver la disponibilidad de servicios básicos como agua potable y salud en los poblados isleños. También el tema de la basura no deja de ser importante, observé muchos desperdicios (latas, botellas, bolsas, etc.) en el fondo marino, también a lo largo del camino. Eso de área protegida es un concepto flexible.
La etnia Guna ha vivido durante años en esta zona y se merece un lugar propio como lo garantiza el gobierno de Panamá, pero la comarca no es un país aparte y creo que la gente que maneja negocios turísticos allí (que son una minoría de la etnia) se aprovecha de su autonomía para cobrar en exceso, incluso a los mismos panameños, como luego converse con algunos.
Después de salir de ciudad de Panamá nos enteramos de lo siguiente: La trifulca que tuvimos catalizo en parte, sin que nosotros hiciéramos ningún reclamo oficial, un debate de los cobros turísticos en la Comarca. Parte del altercado fue grabado y expuesto en televisión panameña (TVN), sin nuestro consentimiento, y sumado a otros conflictos parecidos con turistas generó una ola de reclamos que hizo que el gobierno empezará a poner especial atención en este tema. Todo esto refleja un real problema que no solo nosotros vivimos. No es la primera vez que hay conflictos con los pagos y probablemente podría seguir pasando.