En la ciudad de Ipiales, fronteriza a Ecuador, la primera impresión de Colombia fue ver militares con rifles en la plaza de armas. Esta imagen se repite en varios puntos a lo largo de nuestro viaje en el país cafetero, aunque hay varios puestos de control en los caminos, pasamos sin que nos den ningún problema.
En Pasto (si, ese es el nombre de la ciudad) nos quedamos con Dorys de Warmshowers, durante una semana, donde finalmente probamos el famoso cuy. Para sintetizar mi experiencia solo puedo decir que hubiera preferido gastar la plata en otra cosa.
Dorys nos recomienda tomar el camino hacia Mocoa, aunque más difícil que la Panamericana, más seguro, dada la fama de robos violentos que se han dado hacia Popayán.
El camino entre Pasto y Mocoa, Ruta 10, está marcado principalmente por la presencia del famoso «Trampolín de la Muerte», que comienza en el pueblo de San Francisco y termina aproximadamente en cruce con Mocoa, departamento de Putumayo. Este trayecto es un desafío para todo el que pasa por ahí, con una superficie de ripio en una extensión de casi 80 kilómetros de largo, con pendientes y angosturas que quitan el aliento. Muchos han tenido que transitar por aquí en medio de la lluvia y la neblina, nosotros no fuimos la excepción.
En el «Trampolín» no se puede acampar, la angostura del camino no da espacio para descansar. La única noche que pasamos allí dormimos al amparo de un restaurante.
Al conversar con otros ciclistas nos damos cuenta que el pedir permiso para acampar es una práctica común entre nuestros colegas que visitan este país. ¿Por qué? Porque al igual que en el valle central de Chile, el cerco delimita los terrenos, salvo que acá es una práctica mucho más extensa. Pero también nos recomiendan que es mejor no traspasar terrenos privados, esto se explica simplemente por la mentalidad que ha dejado el conflicto armado en las últimas décadas.
En el tramo Mocoa a San Agustín, por ruta 45, logramos no usar el comodín petición y acampamos en dos escuelas abandonadas a lo largo del camino.
Ya en San Agustín fuimos al reconocido Parque Arqueológico donde la entrada vale 20 mil pesos (unos 4 mil pesos chilenos). Después de meses de ignorar cualquier propuesta turística, esta vez nos decidimos dada la reputación del lugar. El sitio está muy bien mantenido, de eso no hay duda, pero es tan ordenado y pulcro que llega a quitar todo el contexto de lo que se espera de un sitio arqueológico. Bueno, estas no son ruinas después de todo, pero ¿es necesario construir un techo para cada una de las estatuas con un cerquito alrededor?
Nos vamos de San Agustín un poco decepcionados pero con la vista puesta en zonas más cálidas, para bien o para mal. Descendemos hacia Neiva con un camino asfaltado pero con una berma intermitente en la ruta 45.
Para evitar el tráfico y la falta de lugares para acampar que supone transitar a lo largo de la ruta 45, tomamos una alternativa: un camino sin nombre que va en paralelo al rio Magdalena y que pasa por la entrada al Desierto de la Tatacoa. Efectivamente, por este lado es mucho más fácil encontrar terrenos acampables y el tráfico es mucho más suave, sin embargo el costo de esto es molesto: aparecen las chitras (o en inglés Sanflies) las cuales, para los que no saben, son unas mosquitas que chupan sangre y de quienes la picadura no se siente, solo al cabo de unas horas. El asunto es que toda esta zona esta afectada por sequía, favoreciendo el crecimiento de la población de estos bichos, asi como los zancudos.
Todo este tramo fue bastante difícil (y no por el ripio) sino porque fue una carrera contra el medio: entre 10 AM y 15 PM el calor es intenso y es muy duro pedalear, en tanto que durante el atardecer aparecen las chitras junto con los zancudos hasta el amanecer… y así se repitió la rutina por varios días hasta que al llegar a Ibagué, capital del departamento de Tolima, a 1285 msnm, baja un poquito la temperatura, como la presencia de chupasangres.
Al encontrar un anfitrión por CS, aprovechamos el tiempo para buscar una nueva colchoneta inflable para mí, ya que hace la aparición de una burbuja de aire. Sylvain también tuvo la misma experiencia en Indonesia y me advierte que es el principio del fin. Recorrimos la ciudad sin suerte, así que postergamos la búsqueda de la colchoneta hasta la próxima gran ciudad: Medellín.
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