Colombia, episodio I: de Ipiales a Ibagué.

En la ciudad de Ipiales, fronteriza a Ecuador, la primera impresión de Colombia fue ver militares con rifles en la plaza de armas. Esta imagen se repite en varios puntos a lo largo de nuestro viaje en el país cafetero, aunque hay varios puestos de control en los caminos, pasamos sin que nos den ningún problema.

Panamericana al sur de Pasto, Colombia.

Panamericana al sur de Pasto, Colombia.

En Pasto (si, ese es el nombre de la ciudad) nos quedamos con Dorys de Warmshowers, durante una semana, donde finalmente probamos el famoso cuy. Para sintetizar mi experiencia solo puedo decir que hubiera preferido gastar la plata en otra cosa.

Dicho y hecho, comimos cuy finalmente. ¿El sabor?: Meh...

Dicho y hecho, comimos cuy finalmente. ¿El sabor?: Meh…

Dorys nos recomienda tomar el camino hacia Mocoa, aunque más difícil que la Panamericana, más seguro, dada la fama de robos violentos que se han dado hacia Popayán.

Tirando onda con la Laguna de la Cocha en la ruta 10 hacia el "Trampolin de la Muerte".

Atrás la Laguna de la Cocha en la ruta 10, hacia el «Trampolin de la Muerte».

En el Paramo Del Fraile, punto de descenso hacia Sibundoy.

En el Paramo Del Fraile, punto de descenso hacia Sibundoy.

Vista al valle de Sibundoy.

Vista al valle de Sibundoy.

El camino entre Pasto y Mocoa, Ruta 10, está marcado principalmente por la presencia del famoso «Trampolín de la Muerte», que comienza en el pueblo de San Francisco y termina aproximadamente en cruce con Mocoa, departamento de Putumayo. Este trayecto es un desafío para todo el que pasa por ahí, con una superficie de ripio en una extensión de casi 80 kilómetros de largo, con pendientes y angosturas que quitan el aliento. Muchos han tenido que transitar por aquí en medio de la lluvia y la neblina, nosotros no fuimos la excepción.

El inicio del ascenso del "Trampolin de la muerte", saliendo desde San Francisco.

El inicio del ascenso del «Trampolin de la muerte», saliendo desde San Francisco.

Primera cuesta: hecha.

Primera cuesta a 2800 msnm: hecha.

Encuentos en el tope de una cuesta con otros ciclistas no se dan todo el tiempo. Dos ciclistas estadounidenses, Scott y Susan provenientes desde Alaska, con quienes intercambiamos algunos datos del camino.

Encuentos en el tope de una cuesta con otros ciclistas no se dan todo el tiempo. Dos estadounidenses, Scott y Susan provenientes de Alaska.

El "trampolin" continua, esta vez con un par de kilometros en bajada.

El «trampolin» continua, esta vez con un par de kilometros en bajada.

En la cumbre final antes del largo descenso hacia Mocoa. Por fortuna, la llovizna se disipo con la bajada.

En la segunda y final cumbre antes del largo descenso hacia Mocoa. Por fortuna, la llovizna se disipo con la bajada.

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La subida desde Mocoa es mucho más larga que desde Pasto. No olvidar que todo este camino es de ripio.

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Aun sin podernos quitar el poncho (capa de agua para mis coterráneos). Mojados, pero bajando.

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Al menos hay 3 badenes que se tienen que cruzar. 

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El camino del «trampolin» dibujado por las colinas.

En el «Trampolín» no se puede acampar, la angostura del camino no da espacio para descansar. La única noche que pasamos allí dormimos al amparo de un restaurante.

Al conversar con otros ciclistas nos damos cuenta que el pedir permiso para acampar es una práctica común entre nuestros colegas que visitan este país. ¿Por qué? Porque al igual que en el valle central de Chile, el cerco delimita los terrenos, salvo que acá es una práctica mucho más extensa. Pero también nos recomiendan que es mejor no traspasar terrenos privados, esto se explica simplemente por la mentalidad que ha dejado el conflicto armado en las últimas décadas.

En el tramo Mocoa a San Agustín, por ruta 45, logramos no usar el comodín petición y acampamos en dos escuelas abandonadas a lo largo del camino.

Saliendo de Mocoa, hacia el norte por la ruta 45.

Saliendo de Mocoa, hacia el norte por la ruta 45.

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Back to School.

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Gran derrumbe en paralelo a la ruta 45.

Gran derrumbe en paralelo a la ruta 45.

Ya en San Agustín fuimos al reconocido Parque Arqueológico donde la entrada vale 20 mil pesos (unos 4 mil pesos chilenos). Después de meses de ignorar cualquier propuesta turística, esta vez nos decidimos dada la reputación del lugar. El sitio está muy bien mantenido, de eso no hay duda, pero es tan ordenado y pulcro que llega a quitar todo el contexto de lo que se espera de un sitio arqueológico. Bueno, estas no son ruinas después de todo, pero ¿es necesario construir un techo para cada una de las estatuas con un cerquito alrededor?

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Dos monitos.

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El colmo de protección arqueológica en la Fuente de Lavapatas. ¿No será mucho?

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Al menos la vista desde el Alto de lavapatas esta bien buena.

Nos vamos de San Agustín un poco decepcionados pero con la vista puesta en zonas más cálidas, para bien o para mal. Descendemos hacia Neiva con un camino asfaltado pero con una berma intermitente en la ruta 45.

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Embalse de Betania.

Para evitar el tráfico y la falta de lugares para acampar que supone transitar a lo largo de la ruta 45, tomamos una alternativa: un camino sin nombre que va en paralelo al rio Magdalena y que pasa por la entrada al Desierto de la Tatacoa. Efectivamente, por este lado es mucho más fácil encontrar terrenos acampables y el tráfico es mucho más suave, sin embargo el costo de esto es molesto: aparecen las chitras (o en inglés Sanflies) las cuales, para los que no saben, son unas mosquitas que chupan sangre y de quienes la picadura no se siente, solo al cabo de unas horas. El asunto es que toda esta zona esta afectada por sequía, favoreciendo el crecimiento de la población de estos bichos, asi como los zancudos.

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Milvago chimachima

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Camino hasta Villavieja: buen asfalto, poco trafico, pero poca sombra.

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Dos ciclistas, un camino.

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Carlos, refrescando nuestro camino.

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Sudor de espalda: esto no es un simulacro.

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En la periferia oeste del Desierto de la Tatacoa, camino de ripio sin numero.

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Túnel y puente saliendo a la ruta 45. El rio que cruzamos es el Madgalena.

Todo este tramo fue bastante difícil (y no por el ripio) sino porque fue una carrera contra el medio: entre 10 AM y 15 PM el calor es intenso y es muy duro pedalear, en tanto que durante el atardecer aparecen las chitras junto con los zancudos hasta el amanecer… y así se repitió la rutina por varios días hasta que al llegar a Ibagué, capital del departamento de Tolima, a 1285 msnm, baja un poquito la temperatura, como la presencia de chupasangres.

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Ni idea el nombre de este reptil, pero me impresionó su tamaño. 

Al encontrar un anfitrión por CS, aprovechamos el tiempo para buscar una nueva colchoneta inflable para mí, ya que hace la aparición de una burbuja de aire. Sylvain también tuvo la misma experiencia en Indonesia y me advierte que es el principio del fin. Recorrimos la ciudad sin suerte, así que postergamos la búsqueda de la colchoneta hasta la próxima gran ciudad: Medellín.


De Lima a Huánuco: de vuelta a la cordillera.

Planificamos la salida de Lima a través de la ciclovía de la avenida Universitaria. Su extensión en papel impresiona, pero en la practica ésta se encuentra en pésimo estado, aunque a la fuerza si se puede transitar (nunca tan dramático!).

De vuelta a la Panamericana, desde la salida norte de Lima a Barranca, la cantidad de trafico se mantiene hasta el cruce con la ruta 14, camino con dirección hacia Huaráz, “filtrando” la mayoría de los camiones y buses que vienen desde el sur.

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Ruinas de Paramonga, al norte de Barranca.

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Un poco de vida silvestre cerca de la Panamericana.

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El paraíso si existe en la Tierra, y está en Perú.

Además de haber menos vehículos en circulación, los paisajes costeros se repiten hasta Casma, nuestro último paraje aledaño al océano Pacífico. En particular, el tramo entre Huacho y Barranca se nos hace muy complicado para acampar, tanto así que acudimos al recurso de esperar hasta que se oscurezca y acampar en un terreno privado. Por supuesto, como es de esperar en este tipo de situaciones, al día siguiente antes del amanecer, aparece el guardia, quien necesita asegurarse que no somos peligrosos: una conversación sencilla nos da unos minutos más para empacar y largarnos de allí.

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Uno de los pocos lugares aledaños a la Panamericana donde no sentimos que estábamos invadiendo propiedades.

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Con una ruta de lujo, pero sin mucho para distraer la vista.

Desde Casma comienza el ascenso hacia la cordillera Negra por la ruta 14A. El clima y las condiciones topográficas hace de este tramo el llamado “pueblo sin fin”: plantaciones de mangos, plátanos, manzanas, etc, y con estas casa tras casa, mototaxis y perros. La palabra desafío encaja perfecto a la hora de encontrar un lugar para acampar entre todo esto.

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El inicio del «pueblo sin fin». Camino hacia Huaráz, ruta 14A.

En el tramo sufro un pequeño accidente en Rurarsharsh: un resbalón en un badén baboso, producido por la escasa agua que corría por allí. Del porrazo quedo muy adolorida, sobre todo porque recibí toda la caída en mi codo izquierdo. Pero más que el cuerpo es el espíritu que sufre por dos motivos: primero porque pude evitarlo y segundo porque, a pesar de que había mucha gente viéndonos transitar en ese minuto por el camino, nadie se acerco a ayudarme o a preguntar. NADIE. Con esto no trato de resaltar la importancia de mi persona, sino la falta de empatia de la gente que vive por estos lados, pero si la idiota insistencia de gritar cosas al vernos pasar, siempre a nuestras espaldas por supuesto. El peor grito de todos se reduce al simple “¡GRINGOOO!”, el cual podría parecer simpático hasta folclórico para muchos, ya que la mayoría de las persona que gritaba esto eran quechuas. Claro, una vez a la mil puede parecer tolerable, pero imagínense en esta situación durante 4 días seguidos, donde cada pueblo de no mas de 300 habitantes y que 2/3 de la comunidad te grita lo mismo y el resto se ríe, sin ofrecer nada amable a cambio, y por nuestra parte con el sudor en la frente, el ácido láctico en las piernas y la ira acumulada en la garganta, aguantando no decir nada inapropiado, ¿por qué?, porque ellos son campesinos indígenas y se merecen nuestro respeto… Da para pensar. Muchas veces respondimos: que no somos gringos, que es una falta de respeto, que vaya a aprender geografía… pero fue tan inútil como instalar un cenicero en una moto.

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La vista después de Chacchan, el pueblo que queremos olvidar.

Ese mismo día más tarde paso algo particular: “la gota que rebalsó el vaso” fue cuando conocimos a un agricultor quechua que circulaba en su bicicleta. Claramente nos llamo la atención y conversamos con el durante la subida. Luego de que mencionó donde vivía y que ya había dejado acampar a un ciclista en su patio años atrás, le pregunte si nos daba espacio para dormir esa noche, ya que en el valle los espacios mas o menos planos ya estaban habitados. El accedió muy amablemente y seguimos conversando en la subida. Todo indicaba que dentro de todo, había gente generosa en el camino. Lo que no esperábamos es que al llegar a su pueblo, Chacchan, seriamos algo así como el “circo”, la atracción principal del mes, y que además de no contar con el patio que nos prometió (aquí quizás tuvimos un problema de idioma), unos de los guardias del pueblo se encontraba ya en evidente estado etílico y se nos pegó como lapa con su balbuceo. Y pensar que estábamos tan cerca de tener un lindo recuerdo de la gente de la sierra Peruana. Ya eran casi las 7pm y luego de varios minutos en pensar que haríamos, rodeados de personas mirando todos nuestros movimientos, decidimos bajar un kilómetro, siempre con el coro ignorante de fondo “¡gringooo, gringooo!” hasta una parte apropiada para acampar, suficientemente escondida de los pobladores. El anochecer ayudo a que nuestra carpa pasara más piola y que el mal rato se disipara.

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¡Arranca, Luz, que aun se escuchan los gritos!

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Este camino es muy lindo, pero hay partes donde no dan ganas de mirar.

Al día siguiente la subida sigue y los gritos se mantienen. Esta vez optamos por lo más sencillo: ignorar, ponernos los audífonos y dejar que la música callará los comentarios que no necesitábamos. Al fin y al cabo la educación de un pueblo, por fortuna, no es tarea nuestra.

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Las nubes van bajando cerca del Paso Callán.

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Pero seguimos subiendo.

En la subida conocemos a un ciclista de ruta mexicano, Eduardo, quien nos da un poco de orientación con respecto a la distancia del paso Callán, a 4204 m.s.n.m. El apuro surge porque creemos que lloverá, pronóstico que se cumple justo cuando comenzamos a almorzar. Con la comida mojada, nos apuramos en engullir y terminar los últimos 3 kilómetros de la subida. En la cumbre las nubes se mueven y la lluvia se detiene, la primera vista a la Cordillera Blanca es mejor de lo que esperábamos. Se puede ver la ciudad de Huaráz, donde nos hospedamos con la familia de Fredy. Lo que entonces parecía molesto, ahora es cómico, ya que la madre de nuestro anfitrión, es quechua y trata a Sylvain de gringo, como si nada. ¡Pff! Pero como no queremos cometer un impasse, no decimos nada y dejamos pasar esto a cambio de la hospitalidad.

YAY!

YAY!

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A pesar de la lluvia, juntos y satisfechos de cumplir la misión del día.

Cordillera Negra a la izquierda, cordillera Blanca a la derecha.

Cordillera Negra a la izquierda, cordillera Blanca a la derecha.

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Vista de la ciudad de Huaráz, a mi parecer la ciudad más bonita que vimos en Perú.

El 21 de noviembre seguimos el camino, en dirección a Huánuco por la ruta 3N, una de las principales de Perú. Tenemos dos días nublados hasta que llega la coronación lluviosa en la subida al paso Yanashalla, a 4720 m.s.n.m. Este podría parecer impresionante por su altura, pero debo decir que la pendiente del camino pareciera que esta hecha especialmente para camiones, así que el esfuerzo es progresivo. Claro esta, cuando la lluvia y el viento llegó en los últimos kilómetros, ¡otra cosa es con guitarra!.

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Los nevados de la Ruta de Pastoruri, Cordillera Blanca.

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En la Ruta 3N, entre Huaráz y Conococha.

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Una ultima bajada antes de volver a subir.

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Y asi comenzó el ascenso a los 4720 m.s.n.m.

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Y asi terminó. No puedo decir que la vista era espectacular, pero al menos no quedamos tan empapados con la lluvia.

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Vista hacia el noreste del Paso Yanashallá.

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El esfuerzo del ascenso y aguantar el frío no significa que lo pasemos siempre mal.

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Gaviota andina.

Gaviota andina.

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Vista del valle del rio Vizcarra.

En la bajada el asfalto comienza a perder su calidad al cruzar Huallanca hasta prácticamente Huánuco. Tramos sin asfaltar, innumerables baches e intentos fallidos de parches hacen de esta parte del camino algo inesperable, ya que en el mapa se indica que está asfaltada y como ruta principal se espera algo de mejor calidad y seguridad.

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Un ejemplo del estado de la ruta 3N entre Huallanca y Huánuco. De repente olvidábamos que esta es una ruta principal.

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Sylvain «MacGyver» Alleg en acción.

Todo esto le pasa la cuenta a mi parrilla frontal, que al ser de aluminio finalmente se rompe en una unión. Luego de dos horas de un improvisado arreglo, Sylvain “MacGyver” Alleg logra arreglar mi parrilla, para que al menos aguante hasta Huánuco, donde nos recibe Midori y su familia, quienes tienen una panadería/pastelería, la perdición para todo amante de las masas. A los kilitos en nuestros cuerpos se suman los días de pausa, esperando que las lluvias pasen, hasta que nuestra estadía se extiende casi una semana. ¡Gracias a la familia Villanueva Guerrero por su paciencia y cariño!

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Sylvain bajando a Huánuco…

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Luz no se queda atrás.

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🙂

¿En serio?

¿En serio?

Con Midori, afuera de la panaderia familiar.

El dia de nuestra partida hacia el Amazonas peruano con Midori, afuera de la panadería familiar.