El 4 de enero, salimos de Chillán con dirección a Los Ángeles, a unos 110 kilómetros de distancia. A pesar de tener lluvia en los primeros kilómetros continuamos el recorrido por la Panamericana o ruta 5 (en Chile), que como otras veces fue tedioso pero efectivo, los que han pedaleado a lo largo de la ruta 5 saben a lo que me refiero.
Planificamos acampar a mitad de camino, donde hay varias plantaciones forestales. Escogimos la de aquella noche porque contaba con acceso peatonal sin cerrar, que para nosotros quiere decir que cualquier puede entrar. Al día siguiente aprovechamos de llegar temprano a Los Ángeles a casa de Margarita y Luis, padres de una mis mejores amigas. Usamos también la oportunidad de visitar a una amiga, Fernanda, y ponerme al día con su vida.
Después de 2 noches en la ciudad, seguimos con el plan de viaje, que consistía en cruzar a la región de la Araucanía por medio de la cordillera, trazando una ruta inhabitual, incluyendo unos kilómetros sin camino para vehículos motorizados pero si con un sendero comúnmente usado por arrieros, entre Lepoy y cerca de Troyo. Esta desunión vial entre dos regiones es muy común en nuestro país y muchos cicloviajeros decirse quedarse con el status quo de la Ruta 5.
Al segundo día de nuestra partida comienzo a sentir un ruido extraño al frenar. A simple vista parecía no existir un problema, por lo que continuamos hacia el Este, bordeando el rio Biobio.
El 8 de enero pasamos por el pueblo de Ralco, luego la central Pangue hasta dejar el asfalto; el ripio nos acompañara por un par de días. Esa tarde hicimos unos 20 kilómetros entre polvo, calaminas, calor y mucho tráfico (incluido buses), que nos sorprendió dado el precario estado de la ruta. Al atardecer buscamos un lugar para acampar tranquilo, que nos tomó más de una hora encontrar. Instalados, Sylvain revisa mi bicicleta y encuentra una falla que cambia completamente nuestro plan de continuar: la llanta se trizo, haciendo muy peligroso frenar (mi bicicleta cuenta con sistema V-brake) ya que los kilómetros venideros poseen pendientes muy pronunciadas, también en ripio.
Con la decisión tomada, volvemos a Los Ángeles, con la mente fija en encontrar una llanta para mi tipo de maza. Afortunadamente, nuestros amigos nos reciben nuevamente sin problemas y volvemos a pedalear el 11 de enero, esta vez con otro plan, un poco más convencional, pero aun con la meta de cruzar hacia Argentina.
Avanzamos desde Los Ángeles a Victoria por la Panamericana (Ruta 5) con dirección al este por la ruta 181Ch, pedaleando por Curacautín, Manzanar y Malalcahuello. Destaco que entre estas últimas dos localidades hay una ciclovía, que reemplaza lo que fue la vía férrea.
El camino desde Victoria hasta Manzanar presenta varias curvas, pero el real problema surge al llegar al Túnel Las raíces, de 4 kilómetros y medio de largo y con tráfico controlado por un semáforo, ya que cuenta con sólo una calzada. Como muchos túneles, la tracción humana está prohibida, entonces debemos recurrir a que un alma caritativa cuente con suficiente espacio en su vehículo para transportarnos. Hacemos “dedo” por uno par de minutos y un hombre con un pequeño camión se detiene, con suficiente espacio para no tener que sacar toda la carga de nuestra bici ¡nuestras plegarias son respondidas! Recorrer un túnel con el pelo al viento a más de 60 km/h fue algo que no vivíamos hace casi 3 años, desde que nos transportaron (también en un camión) por el túnel del Cristo Redentor en la V Región camino a Argentina.
Nos despedimos muy agradecidos de nuestro transportador para seguir 10 kilómetros pedaleando hasta la intersección con la ruta 955, donde empieza el ripio que nos lleva a la comunidad Quinquen, laguna Galletué e Icalma. Dos días de circular entre bellas araucarias y llanuras bordeando ríos y lagos hasta el Paso Icalma (1298 m.s.n.m.), donde entramos a la ruta 13 de Argentina el 15 de enero, para doblar hacia Moquehue siguiendo la Ruta 11, inmersa en el circuito Pehuenia. Todo este trayecto, hasta la ruta 23, es de ripio con diferentes grados de ondulación, así como de tráfico, que es de esperar dada la temporada en que nos encontramos.
Gracias a la cercanía de diferentes cuerpos de agua, hay varios puntos para refrescarse. En el rio Pulmari nos bañamos y lavamos nuestras ropas antes de encontrar el lugar perfecto para pernoctar.
El 17 de enero llegamos a la ruta 23 (asfaltada) que, en dirección hacia el Sur, nos destina a Aluminé, pueblo con casi 5000 habitantes, donde nos detenemos por un par de horas con la misión de cambiar plata. Lamentablemente nuestra búsqueda es infructuosa y recurrimos a la única opción, adquirir pesos argentinos con el dueño de una tienda. Lección aprendida: próxima vez hay que conseguir plata con antelación.
Las cosas han cambiado mucho en Argentina, y la visita al supermercado nos impresiona al ver los precios de ciertos productos, que en el 2015 nos parecían más baratos comparados a Chile. Quizás esto puede ser por la ubicación (zona turística) o la temporada en que nos encontramos, o por la inflación que ha vivido Argentina últimamente, pero definitivamente nos parece casi todo más caro.
A unos 18 kilómetros al sur de Aluminé el asfalto se termina, exactamente cuando el camino cruza al lado este del rio con el mismo nombre. El trayecto se nos hace un poco más liviano por el hecho de que vamos en descenso, pero la ruta tiene tráfico de camiones y varias veces tuvimos que detenernos para no desaparecer entre todo el polvo.
A lo largo del camino que va bordeando el rio, el cerco es sistemático, excepto en los accesos para pescar (donde no se permite acampar) indicados con un letrero y numero. Esto es muy agotador, porque incluso no se puede adentrar a los arbolitos para hacer pipí. Felizmente, al final de la jornada y muy cansados, encontramos un lugar donde no hay cerco, pero con suficiente vegetación para camuflarnos del camino.
La constante presencia del cerco no solo termina cuando dejamos de lado el rio Aluminé, muy cerca de un pueblito llamado Pilolil, es casi permanente hasta el Suroeste de San Martin de Los Andes. Estas estructuras divisorias son inútiles muchas veces, porque a lo largo del camino vemos caballos galopando, vacas pastando y algunas cabras.
El 18 de enero llegamos a Junín de los Andes, con el anhelo de encontrar un camping con electricidad y Wi-fi, solo porque estos dos lujos no podemos encontrarlos en la naturaleza. Las opciones en esta ciudad se reducen a dos: el camping municipal, que no cuenta con internet, y otro lugar que si tiene, pero con un costo un poco mayor. Al final nos decidimos por el segundo, aunque el Wi-fi no funciona como esperábamos.
El 19 de enero continuamos camino por la ruta 40 hasta San Martin de los Andes. En este trecho comienza un cambio de paisaje, dejamos atrás la estepa e iniciamos el viaje por el bosque patagónico y con tantos lagos que se me hace difícil poder identificar uno del otro. La fertilidad del bosque se ve acompañada en cientos de vertientes por el camino hasta empalme a Villa La Angostura. Muchas de estas tiene agua potable (tomamos agua de varias).
Al terminar la cuesta que asciende al sur del Lago Lacar y después de pasar el arroyo partido encontramos un lugar para acampar de esos que invitan a quedarse más de lo esperado, y con mayor razón, ya que al día siguiente pronosticaron una tormenta eléctrica. El lugar está al interior de un bosque donde corre uno de los brazos del arroyo ya mencionado, perfecto para un baño refrescante. Descansamos dos noches allí.
El 21 de enero continuamos por la ruta 40 bordeando lagos y bosques hasta el empalme que divide el camino. Elegimos el camino hacia el Chile, ruta 231, por al paso Cardenal Samoré. Esa tarde decidimos acampar muy cerca de la aduana (a 1,5 km), ya que la app iOverlander indica que hay espacio para pernoctar en la Laguna Pire. Como no estábamos seguros si se podía acampar, ya que está dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi, nos mantuvimos fuera de vista del camino, en caso que apareciera un guardaparques. De todas formas, al atardecer, aprovechamos de darnos un baño en las aguas poco profundas y tibias de esta laguna.
Al día siguiente hicimos el protocolo para salir de Argentina. Nada de revisión de carga, solo control de inmigración. Comenzamos a subir al Paso Cardenal Samoré (1300 m.s.n.m.), la distancia del ascenso son 16 kilómetros, con unas partes más inclinadas, pero donde la sensatez de vialidad domina la distancia. Llegamos a territorio chileno el 22 de enero (a una semana de la salida) .
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