De Lima a Huánuco: de vuelta a la cordillera.
Planificamos la salida de Lima a través de la ciclovía de la avenida Universitaria. Su extensión en papel impresiona, pero en la practica ésta se encuentra en pésimo estado, aunque a la fuerza si se puede transitar (nunca tan dramático!).
De vuelta a la Panamericana, desde la salida norte de Lima a Barranca, la cantidad de trafico se mantiene hasta el cruce con la ruta 14, camino con dirección hacia Huaráz, “filtrando” la mayoría de los camiones y buses que vienen desde el sur.
Además de haber menos vehículos en circulación, los paisajes costeros se repiten hasta Casma, nuestro último paraje aledaño al océano Pacífico. En particular, el tramo entre Huacho y Barranca se nos hace muy complicado para acampar, tanto así que acudimos al recurso de esperar hasta que se oscurezca y acampar en un terreno privado. Por supuesto, como es de esperar en este tipo de situaciones, al día siguiente antes del amanecer, aparece el guardia, quien necesita asegurarse que no somos peligrosos: una conversación sencilla nos da unos minutos más para empacar y largarnos de allí.
Desde Casma comienza el ascenso hacia la cordillera Negra por la ruta 14A. El clima y las condiciones topográficas hace de este tramo el llamado “pueblo sin fin”: plantaciones de mangos, plátanos, manzanas, etc, y con estas casa tras casa, mototaxis y perros. La palabra desafío encaja perfecto a la hora de encontrar un lugar para acampar entre todo esto.
En el tramo sufro un pequeño accidente en Rurarsharsh: un resbalón en un badén baboso, producido por la escasa agua que corría por allí. Del porrazo quedo muy adolorida, sobre todo porque recibí toda la caída en mi codo izquierdo. Pero más que el cuerpo es el espíritu que sufre por dos motivos: primero porque pude evitarlo y segundo porque, a pesar de que había mucha gente viéndonos transitar en ese minuto por el camino, nadie se acerco a ayudarme o a preguntar. NADIE. Con esto no trato de resaltar la importancia de mi persona, sino la falta de empatia de la gente que vive por estos lados, pero si la idiota insistencia de gritar cosas al vernos pasar, siempre a nuestras espaldas por supuesto. El peor grito de todos se reduce al simple “¡GRINGOOO!”, el cual podría parecer simpático hasta folclórico para muchos, ya que la mayoría de las persona que gritaba esto eran quechuas. Claro, una vez a la mil puede parecer tolerable, pero imagínense en esta situación durante 4 días seguidos, donde cada pueblo de no mas de 300 habitantes y que 2/3 de la comunidad te grita lo mismo y el resto se ríe, sin ofrecer nada amable a cambio, y por nuestra parte con el sudor en la frente, el ácido láctico en las piernas y la ira acumulada en la garganta, aguantando no decir nada inapropiado, ¿por qué?, porque ellos son campesinos indígenas y se merecen nuestro respeto… Da para pensar. Muchas veces respondimos: que no somos gringos, que es una falta de respeto, que vaya a aprender geografía… pero fue tan inútil como instalar un cenicero en una moto.
Ese mismo día más tarde paso algo particular: “la gota que rebalsó el vaso” fue cuando conocimos a un agricultor quechua que circulaba en su bicicleta. Claramente nos llamo la atención y conversamos con el durante la subida. Luego de que mencionó donde vivía y que ya había dejado acampar a un ciclista en su patio años atrás, le pregunte si nos daba espacio para dormir esa noche, ya que en el valle los espacios mas o menos planos ya estaban habitados. El accedió muy amablemente y seguimos conversando en la subida. Todo indicaba que dentro de todo, había gente generosa en el camino. Lo que no esperábamos es que al llegar a su pueblo, Chacchan, seriamos algo así como el “circo”, la atracción principal del mes, y que además de no contar con el patio que nos prometió (aquí quizás tuvimos un problema de idioma), unos de los guardias del pueblo se encontraba ya en evidente estado etílico y se nos pegó como lapa con su balbuceo. Y pensar que estábamos tan cerca de tener un lindo recuerdo de la gente de la sierra Peruana. Ya eran casi las 7pm y luego de varios minutos en pensar que haríamos, rodeados de personas mirando todos nuestros movimientos, decidimos bajar un kilómetro, siempre con el coro ignorante de fondo “¡gringooo, gringooo!” hasta una parte apropiada para acampar, suficientemente escondida de los pobladores. El anochecer ayudo a que nuestra carpa pasara más piola y que el mal rato se disipara.
Al día siguiente la subida sigue y los gritos se mantienen. Esta vez optamos por lo más sencillo: ignorar, ponernos los audífonos y dejar que la música callará los comentarios que no necesitábamos. Al fin y al cabo la educación de un pueblo, por fortuna, no es tarea nuestra.
En la subida conocemos a un ciclista de ruta mexicano, Eduardo, quien nos da un poco de orientación con respecto a la distancia del paso Callán, a 4204 m.s.n.m. El apuro surge porque creemos que lloverá, pronóstico que se cumple justo cuando comenzamos a almorzar. Con la comida mojada, nos apuramos en engullir y terminar los últimos 3 kilómetros de la subida. En la cumbre las nubes se mueven y la lluvia se detiene, la primera vista a la Cordillera Blanca es mejor de lo que esperábamos. Se puede ver la ciudad de Huaráz, donde nos hospedamos con la familia de Fredy. Lo que entonces parecía molesto, ahora es cómico, ya que la madre de nuestro anfitrión, es quechua y trata a Sylvain de gringo, como si nada. ¡Pff! Pero como no queremos cometer un impasse, no decimos nada y dejamos pasar esto a cambio de la hospitalidad.
El 21 de noviembre seguimos el camino, en dirección a Huánuco por la ruta 3N, una de las principales de Perú. Tenemos dos días nublados hasta que llega la coronación lluviosa en la subida al paso Yanashalla, a 4720 m.s.n.m. Este podría parecer impresionante por su altura, pero debo decir que la pendiente del camino pareciera que esta hecha especialmente para camiones, así que el esfuerzo es progresivo. Claro esta, cuando la lluvia y el viento llegó en los últimos kilómetros, ¡otra cosa es con guitarra!.
En la bajada el asfalto comienza a perder su calidad al cruzar Huallanca hasta prácticamente Huánuco. Tramos sin asfaltar, innumerables baches e intentos fallidos de parches hacen de esta parte del camino algo inesperable, ya que en el mapa se indica que está asfaltada y como ruta principal se espera algo de mejor calidad y seguridad.
Todo esto le pasa la cuenta a mi parrilla frontal, que al ser de aluminio finalmente se rompe en una unión. Luego de dos horas de un improvisado arreglo, Sylvain “MacGyver” Alleg logra arreglar mi parrilla, para que al menos aguante hasta Huánuco, donde nos recibe Midori y su familia, quienes tienen una panadería/pastelería, la perdición para todo amante de las masas. A los kilitos en nuestros cuerpos se suman los días de pausa, esperando que las lluvias pasen, hasta que nuestra estadía se extiende casi una semana. ¡Gracias a la familia Villanueva Guerrero por su paciencia y cariño!